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miércoles, 4 de abril de 2018

Cuando tengo ganas de leer una novela, escribo una





Sospecho que esas palabras de Disraelí fueron pura fanfarronada victoriana. Para alguien que tuvo una formación casi por completo autodidacta, escribió bastante poco en comparación con lo que tuvo que verse obligado a leer por su cuenta para suplir la falta de academia. Era hijo de una especie de rata de biblioteca que escribía libros de curiosidades, anécdotas literarias y otras amenidades por el estilo. Por eso creció entre libros – ¡que fortuna!–, y dejada a su suerte una formación carente por completo de sistema, adquirió ese estilo exuberante y abigarrado que le fue característico y que lo hacía parecer, cuando estaba en la tribuna de los Comunes, una especie de botella de Leyden echando chispas. Su pasión era la política. Las letras fueron solo un recurso secundario que cultivó con cierta fortuna y le permitía entenderse a si mismo y transmitir a los demás su compleja filosofía política, mezcla de conservadurismo con un romanticismo anticuado de la época de Lord Byron con raíces en las tradiciones medievales inglesas.

Mas allá del gusto victoriano por los epigramas, del que por cierto Disraelí fue un maestro consumado, sus palabras revelan la contradicción entre lector e industria editorial. Se puede ver como un problema topológico de extremos, donde el lector se ubica justamente en el centro.

Por un lado están los grandes sellos editoriales, monopolios privados transnacionales encarnados en Random House o Mondadori, – que al fusionarse dieron lugar a la mastodóntica Random House Mondadori –, que buscan potenciar las ventas banalizando el contenido, y por el otro están las modestas editoriales estatales, como las cubanas, donde se pretende, sin remotamente llegar a conseguirlo, potenciar el contenido obteniendo como resultado, eso sí, la precarización de las ventas. Estas últimas se sorprenden de que el libro no sea un negocio rentable. Las primeras no sienten rubor en hacer grandes tiradas de libros estúpidos de autores que han vendido sin pudor su alma, como Dan Brown, contribuyendo a la confusión pseudocultural de las masas modernas adormecidas con conspiraciones de illuminatis y templarios. Las nuestras, por su parte, gastan toneladas de papel y tinta con tiradas inútiles de libros de corte socio-político de los que solo se venden tres o cuatro ejemplares al año que no bastan ni para justificar el salario de las empleadas de las librerías. Esa literatura ligera, lúdica, de puro entretenimiento pero no por eso exenta de valores formales, que no te produce acidez ni te hace sangrar las tripas o encanecer el pelo de tanto exprimirte el cerebro para aprehender alguna idea esquiva, ha desaparecido por completo de las librerías, por lo menos en los municipios del interior del país.

La Feria Internacional del Libro de La Habana es un fenómeno más mediático que editorial o, incluso, cultural. Se ha dicho que cultura es todo lo que no es natura. En este caso, aunque se trata de una construcción humana, por tanto cultural, aporta poco significado a las personas que vivimos en este archipiélago, no solo desde un punto de vista estrictamente porcentual, sino de expectativas cumplidas. Cuando lees algo porque no tienes otra cosa que leer, sabiendo que es un desvarío empobrecedor, no quedas convidado a hacerlo una vez más. Por eso la gente cada vez lee menos, y lo poco que lee es cada vez de peor calidad. Las librerías, al igual que los cines, han dejado de ser un destino y hoy les pasamos por el frente como si en su interior habitaran monstruos. Los pocos que todavía nos atrevemos a traspasar su umbral, lo hacemos por un atavismo adquirido en el pasado, o por un optimismo pocas veces justificado.

La desastrosa política editorial de los últimos años lo único que ha conseguido es embrutecer cada vez más a los cubanos, lanzándolos despiadadamente en los brazos de una televisión que nunca ha brillado por la calidad y que, siguiendo el principio de entropía, debe ser cada vez peor. Es conocida la frase de Groucho Marx: “Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro”. Pues a los cubanos nos ocurre exactamente lo contrario.

2 comentarios:

  1. Muchas Gracias Profe

    Madre (o padre), se me antoja tomarme una semana sabática.
    ¡Mira muchacho, levántate de esa cama, límpiate los mocos, ponte el uniforme y piérdete pa la escuela!.

    sino entonces …. iremos vestidos de arlequín para toda la vida. o tal vez estamos, ya estamos!!!, y el telón ya pertenece a otros. Y nosotros,??? Todavía trataremos de No SER ARLEQUINES!!!!. La Televisión!!!???? El principio primario es entretener, y ... y... $$$$$ y también ... y también etc. Tuvimos una época privilegiada, los padres perfectos, y profesores inmejorables, Y ... al fin , muy buenos libros!!!!!!!!!

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  2. Asi es hermano. Todo conspiraba a nuestro favor. Hoy solo nos queda la sospecha de haber vivido en un mundo donde todo parecía posible. Muchas gracias por el comentario.

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