I
Según el relato bíblico, en el versículo
28 del primer capitulo del Génesis, Yahvé, después de crear al hombre y a la
mujer, les ordena procrear y multiplicarse, y poblar la tierra con su
descendencia. Para que fuera más fácil, hizo el sexo placentero. También creó
lazos afectivos, el amor, y a nivel social, también jurídico y religioso,
canónico, e incluso sacramental, inspiró el matrimonio, protocélula de la
familia, como el mejor escenario para criar a los hijos, reproducir y
transmitir valores, tradiciones, hábitos y costumbres. Esto siempre funcionó a
las mil maravillas. Amor, matrimonio, sexo, hijos, no siempre en ese orden ni
con todas las variables presentes, pero parece una fórmula infalible para
reproducirse por transitividad.
Con el triunfo del cristianismo,
el matrimonio se convierte en sacramento, y el sexo en tabú: solo es aceptado
como una forma repugnante pero inevitable, de cumplir el precepto de Genesis
1:28 que prescribe la procreación y multiplicación de la especie. Lo demás es
concupiscencia y apetito de la carne, que como se sabe (esta última), junto con
el diablo y el mundo, son los tres grandes enemigos del alma. Como también se
sabe, el Medioevo fue la edad de la fe. También fue la época en que renacen las
ciudades, el comercio, las artes, las técnicas agrícolas y de navegación, todo
ello alentado por la necesidad de dar satisfacción material y espiritual a una
población en constante crecimiento, a pesar de las guerras y las epidemias: en
el siglo XIV, solo la peste negra diezmó tres cuartas partes de la población de
Europa. Pero la recuperación fue rápida, al extremo de permitir las grandes
guerras del siglo XV (la de los cien años, de las dos rosas, la culminación de
la reconquista en España, las conquistas otomanas, la guerra casi de liberación
de los polacos contra la Orden Teutónica),
así como los viajes de exploración y la conquista y colonización del Nuevo
Mundo. Para fines del siglo XVI Europa estaba superpoblada, “enmendados los
daños creados por la peste negra, y una vez más hubo demasiada gente en Europa,
demasiadas bocas que alimentar”(J. H. Elliott, La Europa dividida 1559-1598).
Pertinazmente, las mujeres seguían pariendo en abundancia, a pesar, o a causa,
de que la mortalidad infantil era alta, la expectativa de vida corta y la
producción de alimentos insuficiente. Pero por encima de todo se imponía el
hecho de que al estar integrado en el discurso religioso en una época de
grandes vivencias espirituales y de un alto ascendiente de la iglesia, tener
hijos era más que un deber, una obligación para con el Señor. Recíprocamente, una
prole abundante era la manifestación más palpable de la bendición de Dios a una
familia.
II
En 1998 la revista cubana Temas
publicó el artículo "Una sociedad que envejece: retos y perspectivas
".
Fue mi primer acercamiento al fenómeno del envejecimiento poblacional en Cuba.
Después se registraron numerosas réplicas en toda la prensa cubana, trabajos
menores que se limitaban a constatar un fenómeno que comenzó a ser integrado en
los discursos desde diferentes tribunas, en especial las políticas y laborales.
En un principio, cuando a nivel institucional se empezó a cobrar conciencia del
fenómeno y de lo que entrañaría para el estado en un futuro no muy lejano en
cuanto a tener que hacer frente a una población cada vez más envejecida sin la
garantía del reemplazo generacional, sobre todo en los ámbitos laborales, de
salud y de seguridad social, se produjo algo parecido al despertar de Roma con
Aníbal
ad portas, cundiendo el
desconcierto, lo que motivó medidas desacertadas como extender la edad de
jubilación en unos 5 años, resultando a la postre una solución contradictoria
pues poco después se aplicaron las famosas medidas de la disponibilidad laboral
separando, o reubicando, forzosamente un gran numero de trabajadores que
desempeñaban labores aparentemente innecesarias, amén de resultar una carga
injusta para una población agotada y mal retribuida, dejando un saldo
psicológico negativo que resulta inoperante en términos de alentar la
reproducción. En este sentido, el proceso de disponibilidad laboral constituye
una prueba de que lo que es coyunturalmente bueno para la economía nacional, no
siempre es bueno para la persona concreta, y entonces nos podemos encontrar en
presencia de una violación del principio de equidad que, por lo menos en
derecho, no es otra cosa que la justicia aplicada al caso concreto.
Por otra parte, la postergación
en cinco años de la edad de retiro implementada por la Ley 105 de 2009, nueva Ley de
Seguridad Social, en su artículo 22, es de dudosa pertinencia y mucho menor
efectividad. Su propósito no es proactivo, no pretende plantarle cara a una
situación inevitable, sino más bien reactiva al retardar en cinco años el
momento en que los primeros representantes sobrevivientes del baby boom de entre 1960 a 1974, unos 3,6
millones de personas, entren en edad de retiro, lo cual debe ocurrir a partir
de 2020 convirtiéndose en pensionados por edad de la Seguridad Social.
Pero postergar no es resolver, y una vez transcurrido el quinquenio “arañado” a
los sexagenarios trabajadores, deberán, sin más excepciones dilatorias,
enfrentarse al problema con verdaderas soluciones, y no con más retiradas
estratégicas. Es otra forma de desatar el nudo
gordiano de un sablazo, dictado por la impotencia de no poder resolverlo
con inteligencia.
Un enfoque sumamente original al
tema “de la rápida disminución de la población” es el formulado por Gregorio
Marañón en el ensayo “El pánico del instinto”.
Lamentablemente, el tiempo se ha hecho notar en muchos de los escritos de este
sabio, especialmente en el estilo, pero la infatigable curiosidad intelectual
que lo caracterizó salva esta situación, deparando siempre a quien lo lee el
placer de la originalidad. En su momento, y hablo de la primera mitad del siglo
XX, a Marañón no le pasó desapercibida la tremenda importancia del fenómeno, su
universalidad y el carácter predominantemente urbano, cosmopolita, que adopta,
ya que, señala, “existe en todas partes; y sobre todo, en las grandes
poblaciones, en las ciudades populosas”. Asimismo, elaboró una teoría para
explicarlo recurriendo a determinaciones psicológicas del comportamiento grupal
que pudieran inscribirse tal vez dentro de la psicología social, con especial
énfasis en categorías como las actitudes y las expectativas, formulado a su manera
y con términos propios como instinto de
la especie y angustia humana para
referirse a una situación anormal de la vida humana en que, llevado de
motivaciones ocultas, subconscientes, el individuo deja de reproducirse como
una reacción defensiva. Afirma que “la
causa más importante de la infecundidad colectiva es un miedo subconsciente a
perder los hijos en las guerras o en los grandes trastornos sociales de orden
político que se ciernen sobre la humanidad actual”. Funcionando el instinto
de la especie a modo de resorte de seguridad para cerrar la llave de la
fecundidad “si adquiere, en el antro
oscuro de su conciencia, la convicción de que esos hijos puedan desaparecer
antes de haber cumplido el fin para que fueron creados y por motivos ajenos a
la eterna y universal conveniencia humana”. En resumen, “la disminución de la población es (…) la
reacción del instinto de la especie ante una vida histórica sin horizontes
conocidos”. Curiosamente, la historia es recursiva, y la teoría un tanto
positivista de Marañon ha estado implícita en algunos análisis de la dinámica
del crecimiento demográfico en relación con las tendencias sociopolíticas
mundiales. El boom de natalidad de
los años sesenta dio paso a la transición demográfica que desde entonces es
tendencia en casi todo el mundo occidental, caracterizada por bajas tasas de
natalidad y de mortalidad. Paralelamente, en esa misma década la URSS alcanzaba la paridad
nuclear con los EEUU, lo que significaba simple y llanamente que en caso de un
ataque por parte de alguna de las dos superpotencias, la destrucción mutua
estaba asegurada. Pensando en este escenario, el académico soviético Dmitri Lijachov
escribía en los años 80: “También las
parejas (…) ahora se preguntan: ¿Para qué tener niños que se verán privados del
futuro?”(Sputnik, julio de 1987). Este escenario no ha cambiado, por el
contrario, las amenazas más terribles se han corporizado en un mundo cada vez
más aleatorio y complejo, con nuevos actores que llenan de incertidumbre el
futuro.
En realidad, a lo que en su
momento Marañón percibió, un tanto pintorescamente, como
instinto de la especie, hoy pudiéramos agregarle todo un conjunto
de actitudes y estados existenciales complejos relacionados con la confrontación
de bloques económicos e ideológicos reacomodados tras el fin de la Guerra Fría clásica,
el peligro nuclear actualizado con el surgimiento de nuevas potencias nucleares
que gozan de muy bajos estándares de responsabilidad según los medios de
difusión occidentales, como Pakistán, India, Israel y Corea del Norte, la crisis
de los paradigmas, las ideologías, la autoridad y el Estado de fines de los 80,
la pérdida de referentes, la invisibilización de la persona, la negación de la
historia y el fracaso de los grandes relatos de la modernidad, la negación
constructivista de la cognoscibilidad de la realidad objetiva y una
reafirmación de la subjetividad como verdad última y eficiente, la verdad
construida por la subjetividad de cada individuo como única certeza en
contradicción con las verdades construidas o percibidas por los demás y por la
colectividad en su conjunto. Además de todo esto, la coyuntura demográfica
actual se nos presenta dentro de un complejo escenario al que hay que sumarle
el debilitamiento del sentido valorativo referencial de la familia, el
surgimiento de brechas y rupturas generacionales debido al rápido desarrollo de
la tecnología, “la reducción de la vida media de los productos en general y de
la tecnología en particular”
lo
que significa que cada vez son menores los términos del reemplazo tecnológico
dificultando el dialogo intergeneracional basado en un lenguaje y un
vocabulario comunes, así como la perdida del compromiso social de los
individuos. La tendencia debe apuntar hacia una mayor aleatoriedad en todos
estos procesos, agudizándolos y dificultando la solución.
Por otra parte, ha sido muy
popular la relación entre economía y demografía que se inscribe dentro del
enfoque más ortodoxo y tradicionalista de esta ciencia. Malthus postuló la teoría de que la población crece
en una progresión mayor que los recursos alimenticios, conduciendo a la
depauperización, y eventualmente, a la despoblación o la extinción. Malthus es
famoso, entre otras cosas, por encarnar el típico sociópata pasivo, de
apariencia insignificante, latente en algunos sectores reaccionarios de la
intelectualidad cómplice del relato capitalista, que aconsejaba, para alcanzar
el equilibrio, promover el exterminio planificado de los pobres mediante guerras,
epidemias y hambrunas creadas ad hoc por
las clases gobernantes, así como el control de la natalidad mediante la
esterilización forzosa. A pesar del carácter brutal de la teoría de la
población de Malthus, no deja de ser cierto que el crecimiento humano debe
estar acompañado por el económico. Cuando esto no ocurre, se producen crisis
alimentarias y la misma población se autorregula hacia una nueva fase de la
transición demográfica, limitando la natalidad. Una sociedad con un alto
dinamismo demográfico positivo, o que pretenda lograrlo, tiene necesariamente
que potenciar un alto desarrollo productivo, pues de lo contrario se verificaría
una especie de cuello de botella
alimentario creando el colapso social. Uno de los incentivos de la economía
China e India para mantener una tasa de crecimiento elevado es precisamente el
hecho de ser las dos mayores potencias demográficas del mundo.
Seguramente la solución a la
transición demográfica haya que buscarla en un análisis basado en un enfoque
sistémico y multifactorial, holístico, pero sin achacarlo todo al fatalismo
económico de corte Malthusiano, a la urbanización, a la educación
universitaria, a los métodos anticonceptivos o a la emancipación de la mujer,
sino analizar cuanto de responsabilidad pueden tener los determinantes ya
mencionados, y otros como la anomia y
hasta que punto el hecho de no encontrar muchas veces canales viables para la
realización personal afecta la disposición de las personas para dejar
descendencia. Tendríamos que cuestionarnos la funcionalidad del sistema mismo
en ámbitos instrumentalmente sensibles para el individuo, así como la capacidad
que poseemos, en el caso de Cuba, de construir todavía un relato alternativo y
creíble que reafirme un proyecto totalizador de la historia basado en una
escatología marxista-leninista, poniendo al individuo en el centro de un discurso
histórico concreto; si nuestro propio relato mantiene su simbolismo liberador,
su poder de emancipación, su fuerza desalienadora y su antigua capacidad de
convocatoria, lo que no significa en modo alguno abandonarlo, sino todo lo contrario,
retomarlo desde una praxis que coloque al
individuo en el centro de un proyecto social inclusivo que tenga como meta el
desarrollo sin comprometer la equidad y la justicia social que aún tiene un fuerte sustento en la subjetividad colectiva de
los cubanos.