Amamos las
etiquetas, las definiciones cerradas, más o menos contundentes. La mejor prueba
es cuántas nos hemos puesto a nosotros mismos como especie: animal político (Aristóteles), bípedo
implume (Platón), homo sapiens
(Linneo), homo faber (Apio Claudio,
Hannah Arendt), homo ludens
(Huizinga), homo economicus, animal cultural. Clausewitz, por
transitividad desde el axioma aristotélico, afirmó el concepto de animal guerrero en su conocida
definición de la guerra como la
continuación de la política por otros medios. Para redondear la idea, Churchill
fue un poco más lejos y afirmó que la
guerra es la ocupación natural del hombre.
La guerra es más
antigua que la civilización, y contradictoriamente, quizás conduzca a la
destrucción de la misma. Tradicionalmente, se hace coincidir el inicio de la
civilización con la invención de la escritura. No es casual que muchos de los
más antiguos registros escritos describan guerras, como los que contienen la
relación minuciosa de las campañas victoriosas de los reyes de Asiria, o de los
faraones egipcios, y el botín conquistado a los enemigos. La más grande epopeya
de Europa tiene como escenario una guerra, la de Troya.
También dijo
Clausewitz que la guerra es la madre de
todas las cosas. Pero mucho antes ya Heráclito afirmaba: “Combate es padre
de todas las cosas y de todas también es rey”. Y en otro lugar advierte: “Debemos
saber que la guerra es estado continuo, que discordia es justicia”. Pero el
filósofo griego se refería a la lucha de opuestos, pues consideraba que todo lo
que existe se convierte en una misma cosa “porque todo está siempre en proceso de
transformarse en su opuesto”[1]. De
modo que guerra es paz, y viceversa, igual que día es noche, frío es calor,
etc.
Con toda
seguridad en nada de esto pensaba el vicepresidente estadounidense, Dick
Cheney, cuando el 19 de octubre de 2001, afirmó que “la nueva guerra nunca puede terminarse. Al menos no en nuestro tiempo
de vida. La manera en que pienso en ella es como una nueva normalidad”[2]. Sus
motivaciones tienen seguramente mayor afinidad con las de los condotieros
italianos del renacimiento, soldados profesionales al servicio del mejor
postor.
Uno de ellos fue Gian Galezzo
Visconti, duque de Milán y antepasado del cineasta Luchino Visconti, quien
prohibió en sus dominios la palabra paz y hasta la sacó de los oficios
religiosos, de modo que los sacerdotes en la liturgia en vez de decir “Dona
nobis pacem” (Danos la paz) debían decir “Dona nobis tranquillitatem” (Danos la
tranquilidad). También alababa la honestidad de sus súbditos: “En mi país, el
único ladrón soy yo”. Al servicio del duque de Milán se encontraba el inglés
John Hawkood o Haakwood, considerado el primer mercenario de los tiempos
modernos, inmortalizado en un fresco de Paolo Ucello en la iglesia florentina
de Santa María del Fiore. Hay una anécdota que cuenta que encontrándose un día
con un fraile que le dijo ingenuamente: –Que
Dios te conceda la paz. El mercenario montó en cólera diciéndole: –¡Y a ti que Él te quite las limosnas con
las que vives! ¿No sabes que si me quitas la guerra tendré que morir de hambre?
Algo parecido ocurrió cuando Aníbal acampó con sus ejércitos a las puertas de
Roma. Sorpresivamente, los romanos que ya se daban por perdidos, vieron como el
general cartaginés levantaba el campamento y se retiraba. Es uno de los mayores
misterios de la historia. Afirman que cuando preguntaron al mismo Aníbal por qué
no conquistó la ciudad que tenía a su merced, se limitó a responder: –Porque me hubiera quedado sin trabajo.
A Theodore “Teddy” Roosevelt le
fue otorgado el Premio Nobel de la
Paz, igual que a Woodrow Wilson, a Henry Kissinger y a Barack
Obama. Sin embargo, en 1897 escribió a un amigo: “En estricta confidencia, agradecería casi cualquier guerra, pues creo
que este país necesita una”, reproduciendo la doctrina de la guerra como salud del Estado (Randolph Bourne). Al
año siguiente, el 19 de abril, William McKinley proclama la Joint Resolution por la cual
interviene en la guerra Hispano-Cubana[3], en
la que Teddy tomó parte activa al frente de sus rough riders. También este pacífico
merecedor del premio más importante de la monarquía sueca dijo una vez que “ningún triunfo pacífico es tan grandioso
como el supremo triunfo de la guerra”. Los verdaderos intereses tras la
entrada de los EEUU en la guerra que los cubanos tenían prácticamente ganada a
España, más allá del bluff
humanitario de la Joint Resolution,
se encuentra en unas palabras de McKinley varios años antes de ser elegido
vigésimo quinto presidente de la
Unión: “Necesitamos un
mercado extranjero para nuestros excedentes”.
Por eso no debe sorprendernos la
frase de Platón: “Solo los muertos han
visto el final de la guerra”. Aunque resulta una terrible perspectiva la promesa
de que para los vivos la guerra nunca termina. Por lo menos, mientras los
destinos de los pueblos estén en manos de rufianes con una moralidad ambigua
que ven la guerra como un recurso más de la política, entendiendo la política
como el dócil intérprete de la economía. O mientras no se alcance la condición
enunciada por Federico Engels: “Para
asegurar la paz internacional, es preciso primero eliminar todos los roces
nacionales evitables, es preciso que cada pueblo sea independiente y señor en
su casa”.
La nueva normalidad es el estado de tensión política mundial inducida
artificialmente con el objetivo de mantener conflictos bien focalizados que garanticen la continuidad de la hegemonía norteamericana en los frentes de la política,
la economía, la tecnología, la cultura y desde luego, en el terreno militar. Significa,
y esto lo señaló Ignacio Ramonet, una “nueva era de conquistas, como en la
época de las colonizaciones”, pero en esta etapa no se aspira a ganar países
sino mercados. Otra característica de la nueva normalidad es que nunca antes,
como ahora, se ha mentido tanto, y tan descaradamente, se ha hecho tan
endiabladamente difícil discernir la verdad en medio de la avalancha
contradictoria de los discursos de los actores políticos mundiales. La nueva
normalidad significa en resumen, aceptar el concepto reaccionario de que la
guerra no solo es algo natural, consustancial al hombre, casi un factor
evolutivo, sino también esencialmente buena.
[1] Thomson: Los primeros
filósofos, p. 260
[2] Globalización y
Militarización. La causa raíz de la
Guerra a Nivel Mundial contra la Humanidad. Vishnu
Bhagwat. 23 de octubre de 2010 en el sitio GlobalResearch, reproducido por
Editorial-Streicher.
[3] Howard Zinn, La otra historia de las Estados Unidos,
p. 599 (Epub).