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jueves, 19 de octubre de 2017

La diabólica ductilidad del capitalismo



Primera Parte

El fin del socialismo soviético y la destrucción de la URSS no fue un proceso orgánico e inevitable. Tuvo sus acelerantes, como en un incendio. Las veleidades de Gorbachov, la pasividad del CC del PCUS, la agresiva campaña propagandística y mediática anticomunista de occidente, la inteligencia de la CIA, el consumismo y la frivolidad que se fueron abriendo paso junto con los Christian Dior y las McDonald’s, la crisis económica, estructural y tecnológica, la carrera armementista, etc.

No fue, sin embargo, una sucesión fatal de acontecimientos indetenibles, dictados por una lógica inenarrable. Fueron las acciones, o la ausencia de ellas lo que desencadenó los acontecimientos, y no ningún fatum arcano. No todos los altos dirigentes soviéticos estaban de acuerdo con Gorbachov o con el rumbo que iban tomando los acontecimientos. Pero su silencio fue cómplice. Son amargamente expresivas las últimas palabras del general Achromeiev, veterano de la Gran Guerra Patria, antes de suicidarse: “No puedo vivir si mi patria se derrumba y todo lo que tenía sentido en mi vida se destruye. Mi edad y mi biografía me dan el derecho de ponerle fin a mi vida. He luchado hasta el final”.

Quienes nacimos en los 70, y arribamos a la adolescencia en la burbuja de bienestar de los 80, que forrábamos las libretas de la escuela con revistas Unión Soviética y leíamos Sputnik, con los años comprobamos –y eso fue una frustración bastante grande–, que en realidad ignorábamos muchas cosas de aquel socialismo idealizado. Ahora que lo pienso, debimos sospechar que algo debía andar mal porque era demasiado perfecto para ser verdad, como Jim Carrey en El Show de Truman. Pero pese a esto, el hecho de que la idea del socialismo es intrínsecamente justa no puede ser empañado por los problemas estructurales que se fueron acumulando en el socialismo real, muchos de ellos causados por el acoso y el cerco de un bloque capitalista que nunca pensó en coexistencia pacífica ni en distensión, y que supo articular con mayor coherencia su política hacia el este, así como administrar mejor sus crisis. Las actitudes y opiniones de muchas personas de mi generación, algunos de los cuales han tomado distancia del socialismo al no haber podido articular un discurso reflexivo hacia la continuidad en un entorno de grandes limitaciones materiales, reflejan la frustración de haber crecido creyendo con todas sus fuerzas en algo de lo que solo conocían la envoltura exterior. Se les agotaron las fuerzas, la capacidad de creer.

Modrow se inclina a considerar que, en un principio, a Gorbachov lo animaba un deseo sincero de perfeccionar el socialismo y sacarlo de la aguda crisis estructural, aunque hoy el ex Secretario General del PCUS, ante la disyuntiva de reconocer la debilidad de su carácter veleidoso y su deslumbramiento por los relumbrones de las grandes personalidades de occidente, afirme lo contrario. Al final, fue devorado por su propio ego que lo condujo a la traición, la capitulación incondicional y la destrucción de un gran país. Lo que no pudieron los efectivos combinados de la Wehrmacht y la Luftwaffe en cuatro años de guerra sin cuartel, lo consiguió un apretón de manos de Ronald Reagan y unas palmaditas en el hombro, de Helmut Kohl.


Una de las cosas que más me llama la atención es que ante el primer intento de reformar el socialismo, de gestionar su crisis, se autodestruyó, como si al ser creado se le endosara un mecanismo antireforma similar al que vemos en esas películas, una bomba o alguna especie de máquina infernal: si tratas de desconectarlo, explota; si intentas puentearlo, igual explota. Uno de los problemas es que cada vez que el socialismo ha intentado gestionar una crisis es a costa del mismo socialismo, lo que significa un poquito mas de capitalismo y en la misma proporción, un poquito menos de socialismo. Es como que ante una crisis, aceptan que el problema esta dado por existir mucho socialismo, demasiado, por lo que corrigen esto amputándolo, y haciendo concesiones al sistema contrario, hasta que ya no queda nada. Este, por su parte, nunca ha intentado resolver sus crisis con menos capitalismo, introduciendo prácticas socialistas, ni tantico así. Entonces la pregunta evidente: ¿por qué debemos hacerlo nosotros a su favor?.

El conocimiento de la historia tiene un valor instrumental significativo. Como señalaba André Malraux, sin un punto de comparación los problemas dejan de ser comprensibles, ya que “pensar es comparar”. Por eso es tan cierto lo que dicen de quienes olvidan la historia: están condenados a repetirla.


lunes, 16 de octubre de 2017

Antropología Mitológica. Una semántica de la supremacía. Segunda Parte: La Guerra como supremacía racial.




Segunda Parte: La Guerra como supremacía racial.

En el Quinto Día, en la hora Prima, del Nombre de la Rosa, el joven novicio benedictino Adso de Melk, o mejor, Humberto Eco a través de su alter ego, describe con entusiasmo la difusión del evangelio por todo el mundo, amparado en numerosos hechos o argumentos que en ese párrafo ni siquiera cree necesario, por evidentes, mencionar, tales como que fue un mandato del propio Cristo, era el avance de la civilización sobre la barbarie, de la luz sobre la oscuridad, de la humanidad sobre la bestialidad, como lo prueba la descripción de las criaturas que poblaban las ignotas tierras que recibirían el evangelio de los misioneros cristianos, y con ello, su carta de ciudadanía al mundo civilizado: “por ejemplo, los brutos con seis dedos en las manos; los faunos que nacen de los gusanos que se forman entre la corteza y la madera de los árboles; las sirenas con la cola cubierta de escamas, que seducen a los marineros; los etíopes con el cuerpo todo negro, que se defienden del ardor del sol cavando cavernas subterráneas; los onocentauros, hombres hasta el ombligo y el resto asnos; los cíclopes con un solo ojo, grande como un escudo; Escila con la cabeza y el pecho de muchacha, el vientre de loba y la cola de delfín; los hombres velludos de la India que viven en los pantanos y en el río Epigmáride; los cinocéfalos, que no pueden hablar sin interrumpirse a cada momento para ladrar; los esquípodos, que corren a gran velocidad con su única pierna y que cuando quieren protegerse del sol se echan al suelo y enarbolan su gran pie como una sombrilla; los astómatas de Grecia, que carecen de boca y respiran por la nariz y sólo se alimentan de aire; las mujeres barbudas de Armenia; los pigmeos; los epístigos, que algunos llaman también pállidos, que nacen sin cabeza y tienen la boca en el vientre y los ojos en los hombros; las mujeres monstruosas del Mar Rojo, de doce pies de altura, con cabellos que les llegan hasta los talones, una cola bovina al final de la espalda, y pezuñas de camello; y los que tienen la planta de los pies hacia atrás, de modo que quien sigue sus huellas siempre llega al sitio del que proceden y nunca a aquel hacia el que se dirigen; y también los hombres con tres cabezas; los de ojos resplandecientes como lámparas; y los monstruos de la isla de Circe, con cuerpo de hombre y cerviz de diferentes, y muy variados, animales”.

Adso, en su fe sincera, era ingenuo. Mas de 1600 años antes de los hechos narrados en El Nombre de la Rosa, que tienen lugar en la segunda década del siglo XIV, se produjo un intento civilizatorio, este mediante la conquista militar. Fue el de Alejandro Magno, tuvo éxito en parte en llevar la cultura griega a todo el orbis terrarum conocido, o por lo menos sospechado, vislumbrado en difusas relaciones de inquietos trotamundos como Heródoto, y crear un imperio mundial. Sus conquistas dieron lugar a un nuevo mundo, una reconfiguración del mapamundi que cambió, como diríamos hoy, la geopolítica mundial, creando nuevas zonas de intereses y de influencia, nuevos estados, nuevas alianzas, nuevas dinastías, nuevas potencias hegemónicas, nuevos centros culturales y engendró la época helenística. Lo curioso es que basta leer las crónicas de la época inmediatamente posterior a la muerte de Alejandro, como la de Lisímaco, para descubrir semejanzas con el relato de Adso de Melk, en cuanto a las criaturas que poblaban las tierras destinadas a ser sometidas por la espada del macedonio y montadas en el carro de la civilización. La de Alejandro pues, era una obra no solo justificada, sino necesaria.

La forma de justificarlo era el mito. Muchas veces en la explicación del mito prevalece un enfoque extremadamente simplificado, limitándolo a un intento ingenuo nacido desde la impotencia para explicar lo desconocido desde una teleología instrumentalmente deficiente. Es lo que se enseña en las escuelas de nivel básico, soslayando la génesis socio clasista del mito. Pero muchas veces, el mito encierra el veneno de una voluntad consciente por crear una realidad alternativa con un propósito bien definido. Es una manipulación consciente de la realidad. El mito se creaba en este caso, no para explicar lo racionalmente incomprensible, sino para justificar lo políticamente deseable. Este nuevo tipo de mito no se centra en los tradicionales focos de interés de este discurso, como pueden ser las cosmogonías o mitos creacionistas o sobre diferentes fuerzas o fenómenos de la naturaleza o de la realidad inmediata, sino en aspectos raciales, biológicos o culturales. Sin embargo, en lo esencial continúa sirviéndose de una articulación muy básica con conceptos intencionalmente elementales. Hay que tener en cuenta que los procesos de formación de opinión se basan en razonamientos muy simples. Por ejemplo, cuando George W. Bush habló de “imperio del mal” en su discurso mitificador está recurriendo a metadatos de la cultura y de la religión occidental muy fáciles de asumir por los receptores del mensaje, los ciudadanos norteamericanos de clase media, y por lo tanto muy efectivos para propósitos de manipulación. Recuérdese que los EEUU es la única gran potencia occidental donde la práctica religiosa no ha entrado en crisis, y que esa práctica es de orientación mayoritariamente protestante en sus más diversas denominaciones, con una génesis acentuadamente fundamentalista. “Imperio del mal” remite a estas categorías de veladas reminiscencias religiosas fácilmente aprehensibles por oídos puritanos, cobrando máxima efectividad también por su aparente sencillez, que como decía un maestro de la manipulación cercana, Steve Jobs, es la máxima sofisticación. Es así como un mito casuísticamente deficiente se convirtió en coartada de una política de estado, la guerra contra el terrorismo, aunque no es correcto concederle todo el crédito como padre del engendro a George W. Bush, pues ya había sido utilizado en otros contextos, creo que por Pío XII, primero, y por Ronald Reagan, después, para satanizar el comunismo. Bush lo conjuró, lo recicló y lo globalizó.

La razón instrumental del mito se encuentra desentrañada en alguno de los más perspicaces autores antiguos. “Ya lo decía Aristóteles en su Metafísica que según la tradición transmitida por los "antiguos", el mito es "para convencer al vulgo y para servir de instrumento para fines legislativos y utilitarios (Metafísica, lib. 12, XIII, pp. 162-163)”[1]. Platón no puso en duda la veracidad de la guerra de Troya descrita por Homero, pero lo criticó duramente en numerosos pasajes de La República por tejer fabulas poco edificantes sobre los dioses que podían subvertir la moral de la polis si los griegos se daban a imitarlos. Conocía sobradamente la efectividad del mito para modelar conductas, hoy diríamos que conocía el pesado calibre del mito como arma psicológica de movilización, validación, cohesión o subversión, según se quiera.   

Alejandro Lipschutz desarrolló el término de “Antropología Física Mitológica” para explicar un fenómeno característico de la representación de contextos y realidades raciales y culturales diferentes. “Es una antropología física inventada ad hoc, destinada a servir a un grupo de hombres para el fin de la cohesión étnica; y en seguida, destinada también a servir al grupo étnico ya señorial, como instrumento de más fácil conquista, y de dominación sobre otros grupos étnicos”[2]. En otro lugar dice el sabio chileno que “los conceptos sobre la raza en el marco social han sido, en muchos casos, no más que instrumento que sirva para dar a las relaciones entre grupos humanos en pugna, un rumbo grato al más poderoso entre ellos”[3]. Fueron los griegos, quienes consideraban que en Delfos estaba el Ombligo del mundo, los que estandarizaron el termino “bárbaro” aplicado a  todos los que no estaban dentro de su espectro sociocultural. El hombre, decían, es la medida de todas las cosas. El hombre griego, claro. Mientras tanto, “el bárbaro, como muy bien apunta Lipschutz, era un monstruo, un cíclope con ojo único, medio hombre, medio animal, a pesar de que en realidad, el bárbaro que moraba al norte de la Grecia clásica, no se distinguía del habitante de esta, en cuanto a sus rasgos físicos, y en especial en cuanto a la riqueza y a la distribución del pigmento cutáneo”.[4] Es evidente que al sentirse claramente diferenciados con respecto a los pueblos circundantes, no solo aumentaba la cohesión étnica y cultural del grupo, la tribu o la nación, sino que fundamentaba la creencia en una misión civilizadora muy conveniente para encubrir intereses de conquista y colonización. Por otra parte, la palabra bárbaro tenia connotaciones descalificadoras. Cuando Heródoto cometió el desliz de sugerir que el nombre de Herácles pudiera ser de origen egipcio, ignoraba que ofendería profundas susceptibilidades de futuros lectores. Algunos siglos después, Plutarco lo acusó por esto mismo de “amante de los bárbaros”, una gran ofensa impropia del pío sacerdote de Apolo délfico que se sintió herido en su nacionalismo religioso por quien pretendía hacer al dios Apolo nada menos que medio hermano de un mestizo, de alguien de la “periferia”. (ver M. I. Finley, El mundo de Odiseo, p. 24).

 En la Edad Media, como vimos al principio, no desapareció este enfoque de una antropología física descalificadora con base biológica, religiosa o cultural. El cosmógrafo medieval no se mostró especialmente original y pobló las ignotas regiones del Asia y el Oriente, que curiosamente también eran las tierras de las especias, de todo un bestiario donde habitaban dragones, pigmeos y cíclopes, entre otras criaturas fabulosas que ya habían sido descritas por aquellos seudólogos antiguos criticados por Estrabón. En el mapamundi de la catedral de Hereford (hacia 1300), en Inglaterra, según Camilo de Flammarion, se afirma que “en la India habitan los Monoclos, que no tienen más que una pierna y corren, sin embargo, con maravillosa rapidez. Cuando quieren defenderse de los ardores del sol, se hacen sombra con la planta del pie que es muy grande”.[5] Refiere la existencia de los sátiros, de los faunos, de los cinocéfalos, hombres con cabeza de perro y de los cinantropos, perros con cabeza de hombre; y así una relación interminable que refleja algo más que ignorancia y exceso de fantasía: refleja la conveniencia de satanizar al otro, privarlo de su esencia humana excluyéndolo, deliberadamente, de su derecho al disfrute de los bienes terrenales del hombre.

El descubrimiento de América impuso la necesidad de articular un discurso justificatorio paralelo al proceso civilizatorio. Es famosa la polémica sostenida entre Fray Bartolomé de las Casas y Juan Gines de Sepúlveda sobre la naturaleza de los indios, si tenían alma y por consiguiente eran susceptibles de ser cristianizados. Al transmitir una imagen errónea, se perseguían intereses muy específicos. “La naturaleza hostil y decadente de los aborígenes fue codificada en todos los géneros durante el periodo colonial, como deformidad física y canibalismo”.[6] Sobre esto se ha dicho “que era uno de los trucos para intimidar al competidor en la explotación de tierras recién descubiertas, publicar historias de las más horrorosas sobre sus habitantes”.[7]

El avance de la civilización occidental parece  llevar implícita la idea de conquista, de dominación étnica y cultural, acompañada de un discurso mistificador para despertar en la mente de las personas del mismo grupo étnico o cultural la idea de la necesidad de la conquista, e incluso de la inevitabilidad de la misma por razones de supervivencia, que en elaboraciones posteriores engendró conceptos como “espacio vital”, “imperio del mal” o “deber moral” de los sucedáneos del fascismo en nuestros días. Ocurrió con los pueblos autóctonos de Nuestra América, donde el brutal exterminio en muchos casos llegó a borrar manifestaciones etnoculturales completas de la faz de la tierra. Un ejemplo lo constituyen los patagones o tehuelches y sobre todo los onas o selknam, habitantes del extenso territorio de la Patagonia unos, y la Tierra del Fuego los otros, en el cono sur Argentino. Alejandro Lipschutz escribe: “Los fueguinos murieron como víctimas en la marcha conquistadora de la humanidad hacia el Antártico – y no pudo haber muerte más gloriosa que la que ellos murieron”.[8] En el escenario donde antiguamente vivían orgullosos los patagones y sus primos onas con su imponente estatura que impresionó a los primeros viajeros europeos, hoy se desarrolla una de las más poderosas economías ganaderas del mundo. La geofagia acompañada del desprecio a una cultura diferente fue lo que los condenó. Ya Charles Darwin había dicho de ellos: “No habría creído cuán completa es la diferencia entre el salvaje y el hombre civilizado. Esta diferencia es mayor que entre un animal salvaje y un animal domesticado”. Mas adelante, expresa: “Estos pobres miserables seres, detenidos en su crecimiento, sus feos rostros groseramente manchados con pintura blanca, su piel sucia y grasienta, sus cabellos enmarañados, sus voces discordantes y sus gestos violentos. Mirando a tales hombres, uno apenas puede llegar a creer que sean criaturas hermanos nuestros, habitantes del mismo mundo”. Prevaleció la idea de que de ninguna manera podían considerarse “hermanos nuestros”, y se buscó el medio más efectivo para que tampoco habitaran nuestro mismo mundo, y se los exterminó.

Los indios norteamericanos fueron más afortunados. Engañados, perseguidos, degradados y finalmente reducidos en reservaciones insalubres, algunos puñados pudieron sobrevivir para contar la historia de la infamia de los fundadores de la nación supuestamente más democrática del mundo. Un sistema político que engendra y sostiene bandidos como el general Sheridan, abanderado de la cruzada de exterminio contra los indios que definió en una ominosa frase, no puede ser una aspiración para nadie. A pesar de constituir los pobladores más antiguos de América del Norte, “sólo desde el 2 de junio de 1924 todos los indios nacidos en los límites territoriales de los Estados Unidos son declarados ciudadanos”.[9]





[1] Alejandro Lipschutz. El Problema racial en la conquista de América. http://www.blest.eu/biblio/lipschutz/ cap1.html/
[2] Alejandro Lipschutz. Idem.
[3] Alejandro Lipschutz. Perfil de indoamerica de nuestro tiempo. Ed. De Ciencias Sociales, 1972. P. 69.
[4] Id.p.169.
[5] Camilo de Flammarion. Obras. El mundo de la Edad Media. S/f. P.596.
[6] Henry Geddes González. Las estrategias visuales de la construcción de la diferencia en las Asméricas. Rev. Temas. No. 14. Abril-junio de 1998. P. 6.
[7] A. Lipschutz. Idem. P.170.
[8] Alejandro Lipschutz. Perfil de indoamerica de nuestro tiempo. P. 228.
[9] Id.p. 50