Primera Parte
El fin del socialismo soviético y
la destrucción de la URSS
no fue un proceso orgánico e inevitable. Tuvo sus acelerantes, como en un
incendio. Las veleidades de Gorbachov, la pasividad del CC del PCUS, la
agresiva campaña propagandística y mediática anticomunista de occidente, la
inteligencia de la CIA,
el consumismo y la frivolidad que se fueron abriendo paso junto con los Christian
Dior y las McDonald’s, la crisis económica, estructural y tecnológica, la
carrera armementista, etc.
No fue, sin embargo, una sucesión
fatal de acontecimientos indetenibles, dictados por una lógica inenarrable.
Fueron las acciones, o la ausencia de ellas lo que desencadenó los
acontecimientos, y no ningún fatum
arcano. No todos los altos dirigentes soviéticos estaban de acuerdo con
Gorbachov o con el rumbo que iban tomando los acontecimientos. Pero su silencio
fue cómplice. Son amargamente expresivas las últimas palabras del general
Achromeiev, veterano de la Gran Guerra
Patria, antes de suicidarse: “No puedo vivir si mi patria se derrumba y todo lo
que tenía sentido en mi vida se destruye. Mi edad y mi biografía me dan el
derecho de ponerle fin a mi vida. He luchado hasta el final”.
Quienes nacimos en los 70, y
arribamos a la adolescencia en la burbuja de bienestar de los 80, que forrábamos
las libretas de la escuela con revistas Unión Soviética y leíamos Sputnik, con
los años comprobamos –y eso fue una frustración bastante grande–, que en
realidad ignorábamos muchas cosas de aquel socialismo idealizado. Ahora que lo
pienso, debimos sospechar que algo debía andar mal porque era demasiado
perfecto para ser verdad, como Jim Carrey en El Show de Truman. Pero pese a esto, el hecho de que la idea del
socialismo es intrínsecamente justa no puede ser empañado por los problemas
estructurales que se fueron acumulando en el socialismo real, muchos de ellos
causados por el acoso y el cerco de un bloque capitalista que nunca pensó en
coexistencia pacífica ni en distensión, y que supo articular con mayor
coherencia su política hacia el este, así como administrar mejor sus crisis.
Las actitudes y opiniones de muchas personas de mi generación, algunos de los
cuales han tomado distancia del socialismo al no haber podido articular un
discurso reflexivo hacia la continuidad en un entorno de grandes limitaciones
materiales, reflejan la frustración de haber crecido creyendo con todas sus
fuerzas en algo de lo que solo conocían la envoltura exterior. Se les agotaron
las fuerzas, la capacidad de creer.
Modrow se inclina a considerar
que, en un principio, a Gorbachov lo animaba un deseo sincero de perfeccionar
el socialismo y sacarlo de la aguda crisis estructural, aunque hoy el ex
Secretario General del PCUS, ante la disyuntiva de reconocer la debilidad de su
carácter veleidoso y su deslumbramiento por los relumbrones de las grandes
personalidades de occidente, afirme lo contrario. Al final, fue devorado por su
propio ego que lo condujo a la traición, la capitulación incondicional y la destrucción
de un gran país. Lo que no pudieron los efectivos combinados de la Wehrmacht y la Luftwaffe en cuatro años
de guerra sin cuartel, lo consiguió un apretón de manos de Ronald Reagan y unas
palmaditas en el hombro, de Helmut Kohl.
Una de las cosas que más me llama
la atención es que ante el primer intento de reformar el socialismo, de
gestionar su crisis, se autodestruyó, como si al ser creado se le endosara un
mecanismo antireforma similar al que vemos en esas películas, una bomba o
alguna especie de máquina infernal: si tratas de desconectarlo, explota; si
intentas puentearlo, igual explota. Uno de los problemas es que cada vez que el
socialismo ha intentado gestionar una crisis es a costa
del mismo socialismo, lo que significa un poquito mas de capitalismo y en la
misma proporción, un poquito menos de socialismo. Es como que ante una crisis,
aceptan que el problema esta dado por existir mucho socialismo, demasiado, por
lo que corrigen esto amputándolo, y haciendo concesiones al sistema contrario,
hasta que ya no queda nada. Este, por su parte, nunca ha intentado resolver sus
crisis con menos capitalismo, introduciendo prácticas socialistas, ni tantico así. Entonces la pregunta
evidente: ¿por qué debemos hacerlo nosotros a su favor?.
El conocimiento de la historia
tiene un valor instrumental significativo. Como señalaba André Malraux, sin un
punto de comparación los problemas dejan de ser comprensibles, ya que “pensar
es comparar”. Por eso es tan cierto lo que dicen de quienes olvidan la
historia: están condenados a repetirla.
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