Recientemente me pidieron un
libro en circunstancias muy particulares. Primero, el peticionario, abogado
especializado en derecho agrario y económico, sufre prisión por una tipicidad,
el cohecho, que en estos tiempos casi se ha convertido en viral y está siendo
duramente perseguida por el gobierno, sin resultados visibles. Segundo, me
advirtió que probablemente no recuperaría el libro. No pude dejar de pensar con
cinismo en Groucho Marx cuando bromeaba que la televisión ha hecho mucho por su
educación: cada vez que alguien la encendía, él corría a otra habitación a leer
un libro. En otros casos, como en este, no es la caja mágica, antes de rayos
catódicos y hoy de pantalla plana y plasma, pero igualmente opio para las
masas, sino el rudo “tanque”, entiéndase cárcel, lo que tiene un saludable
efecto potenciador de la cultura.
También quiso que se lo dedicara,
pero, ¿qué palabras dedicar a alguien que se encuentra en esta situación? Por
otra parte, la dedicatoria de libros es casi un subgénero literario. La cárcel no
es el fin del mundo, porque como decimos los cubanos que estamos fuera, de la
tumba no se sale, pero del “tanque” si. Además, a despecho de la intención de
los captores, han existido prisiones fecundas. Hoy conocemos a Julius Fucik
básicamente por su “Reportaje al pie de
la horca”. Mucho de lo mejor de Gramsci fue escrito en prisión, y no hay
cubano que no conozca el famoso alegato de Fidel “La historia me absolverá”. Aquel pedante de Francisco I escribía a
su madre desde el seguramente insoportable encierro a que lo tenía reducido su aborrecido
enemigo Carlos V tras el descalabro de Pavía: “Todo se ha perdido menos el
honor”. Como quien dice, mientras hay vida hay esperanza. Pero no creo que nada
de esto reconforte a un espíritu atribulado por la falta de libertad.
Sin embargo, el tema de la
libertad puede conducir por caminos discursivos capciosos. ¿Cómo escribir una
dedicatoria aleccionadora a un preso sin recordarle que para perder algo,
primero hay que poseerlo? Esquilo nos recuerda en su Prometeo encadenado que todos somos reos de la necesidad. Por otra
parte, desde que nos pusimos las cadenas de la vida en sociedad que tanto aborrecía
Rousseau –sin privarse de disfrutar a discreción sus beneficios agregados –, la
libertad se reduce exclusivamente a hacer lo que nos está permitido, algo que es
desafiado desde la época de Diógenes. En virtud del Contrato Social, el individuo
renuncia a una cuota sustancial de libertad a favor del Estado, que se
convierte en albacea o fideicomisario de la libertad de todos los individuos.
El magnifico Erich Fromm decía:
“si soy lo que tengo, y si pierdo lo que tengo, entonces ¿quién soy?”. Porque
la persona humana es mucho más que la suma de lo que posee, incluyendo la
libertad. Baste recordar a Robert Burns que afirmaba que “un hombre es un
hombre en cualquier caso”. O Montaigne que decía que donde quiera que haya un
hombre se encuentra presente la forma entera de la condición humana. Hasta en
una cárcel. Porque si de lo que te privan es de la libertad, podemos preguntar:
¿la libertad de que? Para alguien en situación de pobreza extrema, la libertad
de morir de hambre. Para otros, la libertad de ser virtuosos porque se es muy
pobre para pecar, o la libertad de andar descalzo si no tienes zapatos, o de
pasar frío si careces de abrigo, o de dormir a la intemperie disfrutando el
dosel maravillosamente estrellado del firmamento si no tienes casa.
En fin, estimado amigo y colega, ahí
va mi dedicatoria, la que no pude ponerte en el libro que nunca te di: La cárcel te puede quitar muchas cosas, pero
no la libertad.