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lunes, 29 de abril de 2019

La libertad de estar preso





Recientemente me pidieron un libro en circunstancias muy particulares. Primero, el peticionario, abogado especializado en derecho agrario y económico, sufre prisión por una tipicidad, el cohecho, que en estos tiempos casi se ha convertido en viral y está siendo duramente perseguida por el gobierno, sin resultados visibles. Segundo, me advirtió que probablemente no recuperaría el libro. No pude dejar de pensar con cinismo en Groucho Marx cuando bromeaba que la televisión ha hecho mucho por su educación: cada vez que alguien la encendía, él corría a otra habitación a leer un libro. En otros casos, como en este, no es la caja mágica, antes de rayos catódicos y hoy de pantalla plana y plasma, pero igualmente opio para las masas, sino el rudo “tanque”, entiéndase cárcel, lo que tiene un saludable efecto potenciador de la cultura.

También quiso que se lo dedicara, pero, ¿qué palabras dedicar a alguien que se encuentra en esta situación? Por otra parte, la dedicatoria de libros es casi un subgénero literario. La cárcel no es el fin del mundo, porque como decimos los cubanos que estamos fuera, de la tumba no se sale, pero del “tanque” si. Además, a despecho de la intención de los captores, han existido prisiones fecundas. Hoy conocemos a Julius Fucik básicamente por su “Reportaje al pie de la horca”. Mucho de lo mejor de Gramsci fue escrito en prisión, y no hay cubano que no conozca el famoso alegato de Fidel “La historia me absolverá”. Aquel pedante de Francisco I escribía a su madre desde el seguramente insoportable encierro a que lo tenía reducido su aborrecido enemigo Carlos V tras el descalabro de Pavía: “Todo se ha perdido menos el honor”. Como quien dice, mientras hay vida hay esperanza. Pero no creo que nada de esto reconforte a un espíritu atribulado por la falta de libertad.

Sin embargo, el tema de la libertad puede conducir por caminos discursivos capciosos. ¿Cómo escribir una dedicatoria aleccionadora a un preso sin recordarle que para perder algo, primero hay que poseerlo? Esquilo nos recuerda en su Prometeo encadenado que todos somos reos de la necesidad. Por otra parte, desde que nos pusimos las cadenas de la vida en sociedad que tanto aborrecía Rousseau –sin privarse de disfrutar a discreción sus beneficios agregados –, la libertad se reduce exclusivamente a hacer lo que nos está permitido, algo que es desafiado desde la época de Diógenes. En virtud del Contrato Social, el individuo renuncia a una cuota sustancial de libertad a favor del Estado, que se convierte en albacea o fideicomisario de la libertad de todos los individuos.

El magnifico Erich Fromm decía: “si soy lo que tengo, y si pierdo lo que tengo, entonces ¿quién soy?”. Porque la persona humana es mucho más que la suma de lo que posee, incluyendo la libertad. Baste recordar a Robert Burns que afirmaba que “un hombre es un hombre en cualquier caso”. O Montaigne que decía que donde quiera que haya un hombre se encuentra presente la forma entera de la condición humana. Hasta en una cárcel. Porque si de lo que te privan es de la libertad, podemos preguntar: ¿la libertad de que? Para alguien en situación de pobreza extrema, la libertad de morir de hambre. Para otros, la libertad de ser virtuosos porque se es muy pobre para pecar, o la libertad de andar descalzo si no tienes zapatos, o de pasar frío si careces de abrigo, o de dormir a la intemperie disfrutando el dosel maravillosamente estrellado del firmamento si no tienes casa.

En fin, estimado amigo y colega, ahí va mi dedicatoria, la que no pude ponerte en el libro que nunca te di: La cárcel te puede quitar muchas cosas, pero no la libertad.