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martes, 30 de enero de 2018

Fidel Castro y los submarinos secretos soviéticos


Para quienes se interesan por pasajes desconocidos, casi anecdóticos, de la relación de Fidel con la URSS reproduzco este artículo publicado en el sitio Russia Beyond donde además se aprecian algunas imágenes sobre aquella primera visita efectuada en el hoy tan lejano, no solo temporalmente, 1963. Espero que las leyes de Copyrigh de la Federación Rusa no se muestren muy severas por haberme tomado la libertad de publicarlo en este Blog saltandome el trámite de obtener su consentimiento expreso, como se exige en el pie de página de cada entrada:


Fidel Castro se convirtió en el primer mandatario extranjero que subió a la tribuna del Mausoleo de Lenin y fue el único que visitó la base secreta de submarinos nucleares y misiles balísticos intercontinentales en Múrmansk. 
Fidel Castro llegó a la URSS el 27 de abril de 1963. Fue un viaje totalmente secreto que realizó en un Tu-114, él único avión soviético que en aquella época era capaz de recorrer la distancia entre Cuba y la URSS sin escalas y reabastecimiento. El avión siguió la ruta norteña, atravesando el Atlántico y sobrevolando el mar de Noruega y el mar de Barents. Nadie sabía cuándo el avión salía de La Habana (de hecho, según una leyenda, Fidel Castro salió de Cuba un día antes de lo anunciado oficialmente), tampoco se conocía su ruta ni esperaban que el avión de Fidel aterrizara en Múrmansk (en vez de hacerlo en Moscú).
El aterrizaje fue difícil, los pilotos tenían que intentarlo dos veces y en el momento en el que tocaron tierra no veían nada, según contaron después.
El viajes fue una gran aventura para Fidel. Al llegar a Múrmansk el líder cubano se dio cuenta de que no llevaba la ropa adecuada y le tuvieron que buscar un buen abrigo y un gorro.

Cómo Fidel Castro asustó a los marinos soviéticos

Nada más bajar del avión, a Fidel le llevaron a ver la Flota del Norte. Hasta el día de hoy, Castro sigue siendo el único mandatario extranjero invitado a visitar los submarinos atómicos y a ver la base secreta de misiles balísticos intercontinentales. Según apareció en el diario Pravda, los marinos soviéticos llevaron a Múrmansk “casi toda la armada soviética” y amarraron al muelle el submarino nuclear más moderno de aquella época. El líder cubano recorrió el submarino y se quedó maravillado. Pero los militares soviéticos querían impresionarlo aún más y colocaron un misil nuclear en posición de ataque para que el líder cubano viese todo de lo que era capaz el submarino.
La visita de Fidel Castro a la Flota del Norte no pudo pasar desapercibida, sobre todo, por los marinos que servían allí. Cuentan que mientra Fidel recorría el rompehielos nuclear Lenin (el primer rompehielos nuclear en el mundo), se le acercó un joven marinero y le susurró algo al oído. Todos los militares soviéticos se alarmaron, aunque no pudieron entender lo que el marinero le dijo a Fidel. Horas después, el joven confesó a la prensa que había invitado al líder cubano a su boda que se celebraba ese mismo día. Fidel tenía ganas de asistir a la celebración, pero finalmente no pudo ir, ya que su agenda estaba completa.
Pero este no fue en único susto que se llevaron los marinos soviéticos mientras Fidel recorría el rompehielos. Resulta que Fidel iba acompañado por dos guardias cubanos que llevaban cada uno dos granadas (conocidas como limonkas) colgadas del cinturón. Los marinos soviéticos, que iban detrás, temían que estas granadas se enganchasen con algo y explotasen dentro del rompehielos nuclear. Pero afortunadamente nada de esto sucedió.

Cuando Fidel se perdió esquiando

Fidel Castro pasó tres días en Múrmansk. Durante este tiempo vio de todo. Incluso se las apañó “para perderse”. Según cuentan aquellos que le acompañaron en el viaje, a Fidel le gustó más la nieve que los misiles balísticos y los submarinos atómicos. Se emocionaba tanto al verla que una vez se escapó de casa por la noche para “esquiar un poco”. Todos los funcionarios y militares soviéticos encargados de la seguridad de su viaje estaban buscándolo. Incluso llegaron a avisar al KGB de lo sucedido, pero finalmente encontraron a Fidel.

Después de su visita a Múrmansk, Castro se dirigió a Moscú. Así empezó su primerviaje por la URSS, que duró 40 días. Jrushchov quería paliar el enfado del líder cubano por la actuación de la URSS durante la Crisis de los misiles.
Según los testimonios, Castro estaba se puso como una furia cuando se enteró de que Jrushchov iba a retirar los misiles de la isla sin haberlo consultado previamente con él. Moscú buscaba recuperar la confianza perdida de Fidel e hizo todo para que su viaje fuese inolvidable.

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lunes, 22 de enero de 2018

Yo me acuerdo del socialismo (I): Los medios justifican el fin






Hace un par de años, uno de los muchachos del barrio, residenciado en Holanda desde fines de los 90, ahora cuarentón, regresó al escenario de sus primeros triunfos con la peregrina idea de formar un grupo musical, como si el talento se diera por sentado en esta isla de estereotipos. De su fracasado proyecto, Niche Cubano, solo recuerdo el persistente estribillo de uno de los pocos temas que pudo interpretar en el malogrado concierto debut en la pista de baile del reparto, antes de regresar a Europa con los sueños de fama y éxito hechos añicos por la dura realidad de la medianía. Decía, más o menos: “Money, Money, Money…”, y no mucho más.

En el ajedrez y en el dominó decimos que desde afuera se ve mejor. La experiencia del Niche Cubano demuestra que supo ver las nuevas tendencias por las que discurre la sociedad cubana, o expresado de otra forma, los focos de interés que mueven al cubano de hoy, que en efecto, entre otras cosas, incluyen música y dinero. La música, como comprendió el negro Vladi desde las Provincias Unidas de Neerlandia, es un negocio poco exigente que se ha horizontalizado con la tecnología y los nuevos estilos y géneros. Ya no hay que tener buena voz, pasar por el conservatorio ni estudiar solfeo: basta con tener cara dura para pararse en el escenario, cubrirse la epidermis de tatuajes como un nativo de Papua Nueva Guinea, echarse la gorra para atrás estilo pandillero del Bronx y empezar a injuriar a las mujeres y a los doce mil años de civilización.

Por otra parte, está el dinero, la money –pensándolo bien, antes del dinero debería hablar, no del buen o mal gusto, que eso me suena a puro esnobismo pequeñoburgués, sino de la falta de criterio, sentido común, mesura, tono, respeto, o mejor aún, de la desenfrenada y grosera desfachatez que junto con el dinero forman esa aleación posmoderna e hipócrita a la que llaman reguetón, pero no viene al caso.

Los griegos, fieles a la costumbre de deificarlo todo con carácter antropomorfo, llamaban al dios del dinero y la riqueza Pluto[1] y se lo representaban ciego, para no ver a quien prodigaba sus dones, y de creer a Aristófanes, que por cierto no es muy digno de crédito por su inveterada e irreverente costumbre de mofarse de todo y todos –desde filósofos como Sócrates, poetastros, ricos, avaros, soldados, hetairas, demagogos, hasta los mismos dioses –, en la comedia Pluto lo describe como un viejo andrajoso, escéptico de la bondad humana pues hasta las mejores personas, “en cuanto me poseen y se hacen ricos –afirma–, su perversidad no tiene límites”. Era, sin embargo, un tanto crédulo, pues a pesar de esa reserva, cuando tropieza con dos pillos redomados, el amo y su esclavo, lo embaucan de lo lindo con una casuística dudosa, asegurándole que era más poderoso que el mismo Zeus ya que todo el poder de este se lo debe al “dinero, porque tiene muchísimo”, gracias a las inyecciones de capital que constantemente Pluto estaba obligado a hacer a favor del Tronante Crónida:

“A ti se debe el nacimiento de todas las artes y de las invenciones más ingeniosas de los hombres. Por ti, y solo por ti, uno corta cueros sentado en su taller, otro forja el bronce; otro trabaja en madera; otro refina el oro que de ti ha recibido; otro roba en las calles; otro perfora paredes; otro es batanero; otro lava pieles; otro las curte; otro vende cebollas…”  

(Aristófanes. Pluto. En: Comedia Griega. Ed. Arte y Literatura, 1989. p.433).

Pueden parecernos ingenuos la cosmogonía y los mitos griegos, pero no somos tan diferentes, ni el hombre ha cambiado tanto desde el siglo IV A.C. hasta acá, aunque, para ser justos, nunca hemos dejado de soñar ni hemos cejado en el empeño de imaginarnos un mundo mejor en el que podamos despojarnos, siquiera parcialmente, de la dictadura del dinero, confiando la satisfacción de las necesidades básicas en manos del estado. Porque, en una interpretación del mito, Pluto corrompe las almas más puras. En una elaboración más sofisticada, la encarnación moderna de Pluto es la Economía, la Gran Dispensadora de Riquezas, que como se sabe se manifiesta a nivel de Microeconomía y de Macroeconomía, como el dios Ares que tenía dos hijos, Fobos y Deimos, el miedo y el terror. Pero sigue siendo, en el fondo, la transfiguración del viejo ciego y andrajoso de los griegos, cuyo contacto corrompe y desvirtúa la más noble sustancia. Es cierto que una nación no puede prosperar sin una economía fuerte y diversificada. Pero la economía no tiene alma. Esa se la ponemos los hombres. Preocupa cuando los hombres detrás de la economía tampoco tienen alma.  

A la perversión de la Economía, debemos responder reivindicando la Economía Socialista, “centrada”, en este orden, en la Satisfacción de Todo El Pueblo, sin exclusiones ni omisiones vergonzosas, en el logro de la Equidad, el Bienestar, la Justicia Social y, por qué no, el desarrollo sostenible de ser posible en el proceso. Las transformaciones en la economía cubana, en el momento actual, distan mucho de satisfacer las expectativas creadas en la subjetividad del pueblo en estos casi 60 años por el gobierno revolucionario, al punto de parecerse muy poco a una economía socialista como la soñamos, todo ello justificado por el fin que se persigue, un socialismo próspero y sostenible, cuya instrumentación toma cuerpo con las medidas que se implementan para actualizar el modelo económico y social cubano.

Citando a Albert Camus:

“¿El fin justifica los medios? Es posible. ¿Pero quién justifica el fin? A esta cuestión, que el pensamiento histórico deja pendiente, la rebelión responde: los medios”.
  
(cit. por: Franz J. Hinkelammert. El Sujeto y la ley. El retorno del sujeto reprimido. Ed. Caminos. La Habana, 2006. p. 116).

A la postre, en el socialismo los medios son tan importantes como el fin. Eso es lo que se nos está olvidando. Los medios no pueden estar reñidos con el fin. Por el contrario, los medios deben reflejar el fin. Por ejemplo, si aspiramos a tener los mejores médicos o ingenieros o científicos o agrónomos del mundo, el medio para lograrlo sería asegurándonos de tener primero los mejores maestros del mundo. Una falacia fértil, según George Soros que tomó el concepto de Karl Popper, es aquella situación que siendo objetivamente falsa, se comporta como verdadera. Como el principio de hacer la guerra para obtener la paz. En este caso, aunque se alcance el resultado previsto, sin embargo el medio contradice el fin, son absolutamente antagónicos, por tanto debe ser descartado. Otra falacia es la de que aumentar salarios afecta la economía y produce inflación (ver: http://www.antropologiayotrashierbas.blogspot.com/2015/04/falacias-fertiles.html).

Pero la mayor de las falacias es pretender perfeccionar el socialismo (el fin), introduciendo prácticas capitalistas (el medio). Del peligroso camino que estamos tomando, dan fe los altares a Pluto que imperceptible, pero pertinazmente se están levantando en el corazón de cada vez más cubanos, pues es el mensaje que recibimos en este proceso de sacralización y apoteosis oficial y neocalvinista de la Economía, por encima de todo lo demás. Esto lo ha percibido hasta un reguetonero fracasado residente en Holanda que quiso pescar en río revuelto, cantándole al dinero en una Cuba donde el pragmatismo y la banalidad ganan espacios alentados por unas políticas económicas que, en teoría, se encaminan a fortalecer el Sistema Socialista.


[1]Deméter, divina entre diosas, parió al generoso Pluto en placentero abrazo con el héroe Yasio en un fértil campo en el rico país de Creta. Éste recorre toda la tierra y los anchos lomos del mar y a quien le encuentra, si se echa en sus brazos, le vuelve rico y le colma de prosperidad”. Hesíodo, Teogonía, 969-70. Los cretenses tenían fama de mentirosos entre los griegos; hasta hoy la conquista de la riqueza muchas veces está asociada a prácticas poco escrupulosas.



miércoles, 3 de enero de 2018

La cosa y el año nuevo[1]



Estos días de inicio de año nos brindan una oportunidad excepcional para conocer un poquito mejor a los demás y a nosotros mismos. Un filósofo que vivió en las postrimerías del imperio romano, elevado a los altares por la iglesia católica, San Agustín de Hipona, afirmaba que “tu deseo es tu oración”. Entre otras cosas es una exhortación a llenarnos de pensamientos positivos, pero también significa que por los deseos podemos conocer que es lo que resulta importante para la persona, cómo es, que temperatura marca el termómetro de sus valores. Especialmente reveladores son los deseos de fin de año y año nuevo. El espectro no es tan amplio, casi siempre en torno a la salud y la prosperidad, que aunque cubren casi todas las expectativas, no las agotan del todo. Existe por ahí una frase que afirma que el sabio habla de las ideas, el inteligente de los hechos y el hombre vulgar de  lo que ha comido. Y aunque Borges, maestro de la palabra, un tanto cínicamente escribió que casi nunca lo que decimos se parece a lo que somos, sin embargo, no hay dudas de que las palabras son una expresión de la forma particular de entender el mundo, y de las herramientas valorativas con que cuenta cada cual para entenderlo.

Estas reflexiones me las motivaron precisamente unas palabras de fin de año, captadas al azar en plena calle, que no destacan por su originalidad, profundidad o lirismo sino que, por el contrario, se han convertido en una angustiosa queja letánica, a modo de conjuro o exorcismo inconsciente en boca de los cubanos: “¡Que mala está la cosa!” –dijo la mujer al pasar junto a la carretilla donde un nuevo Shylock ofertaba viandas y vegetales a precios de posguerra, apresurándose mientras arrastraba del brazo a una niña pequeña con cara de absoluta indiferencia por las mercantiles preocupaciones de la gente grande.

Quizás a esta persona le faltaron palabras para formular un deseo de año nuevo y quedó como la expresión amarga de una fallida articulación de la realidad material con los deseos de la subjetividad. Una relación que por definición es problémica e implica conflicto, tensión y dicotomía. Por eso es necesario clarificar, antes de dejarnos arrastrar por la amargura o el desaliento, qué es lo realmente importante para nosotros, que tan mal, o tan bien estamos. Habría que buscar un paradigma absoluto del bienestar que funcione para caracterizar lo individual o la colectividad en su conjunto, y entonces quizás veríamos con sorpresa que, en el fondo, no estamos tan mal, ni la “cosa” está tan jodida como en un primer momento pensamos, y que depende más bien de los estándares que se nos impongan o que nosotros mismos asumamos, o de los referentes usados para comparar, ya que continuamente, y aún inconscientemente, estamos comparando mientras hilvanamos el proceso discursivo del pensamiento, sin menospreciar las aspiraciones individuales que poseen valores instrumentales propios y determinados. Si algunos sueñan con hacer turismo en Grecia para admirar el Partenón, para otros contemplar ruinas de la cultura clásica en algún pedregal del Ática puede no ser más que una ociosidad esnobista. Lo que importa es el valor instrumental de las aspiraciones, siempre que constituyan motores de impulso, y no meros condicionantes inmovilizadores, portadores del veneno oculto de la frustración.

Cada persona es tan miserable como cree serlo. Es casi una condición existencial. Como el Juan Aldán de Los gozos y las sombras, anarquista por resentimiento, y no por convicción. Lo mismo se sentirían infelices en La Habana que en Madrid o en Sibaris. Parecen haber sido creados para militar permanentemente en la oposición, porque se encuentran raigalmente incapacitados para ver lo bueno; nacidos para criticar, para señalar solamente lo malo, olvidan que una interpretación, un tanto casuística, del mal, de lo malo, es como ausencia absoluta de bien, de lo bueno. Serian capaces de preguntar, como Unamuno, “¿de qué se trata, para oponerme?”. Al que hace de quejarse un oficio, se le atrofia la capacidad de apreciar lo hermoso y bueno. Las mejores cosas las recibimos sin costo alguno, se nos ofrecen como un don gratuito de la vida. En cambio, nos afanamos por rodearnos con vacuidades costosas que no hacen más que ahondar el abismo del vacío interior. Recuerdo las palabras de Rousseau al inicio, creo, del Emilio, cuando decía que el hombre ama los monstruos: nacen libres pero insisten en cargarse de cadenas.

Las cosas las percibimos a través de los cristales de la subjetividad, por lo que generalmente la percepción de la realidad y la valoración que de ella hacemos estarán sesgadas por los prejuicios y las ideas apriorísticas que condicionan nuestra personalidad. Conozco personas que le echan la culpa de sus fracasos, o de la angustia existencial que los ahoga como un reflujo gástrico, a la economía, al gobierno, a la pareja, al trabajo o al clima, sin excluir que en algún momento todos juntos o por separado efectivamente influyan en la percepción del bienestar individual. Pero las culpas, como decimos en buen cubano, nunca caen al suelo. Algunos creen que mudándose a otra provincia, o cambiando de trabajo, serían felices. Bueno, como decía Dale Carnegie, eso es dudoso. Las personas más felices son aquellas que necesitan menos para serlo, aunque un corazón enorme, lleno de gratitud y deseos positivos, no es poco. Así que, para este 2018, saca toda la felicidad que puedas de lo que estás haciendo, no pospongas el ser feliz hasta alguna fecha futura ni lo dejes en manos del gobierno o el clima, que casi siempre terminan arruinándolo todo, y vive convencido de que no es necesario salir de nosotros mismos o ir a lugares remotos para conseguirla. Descubrirás que la “cosa” no está tan mala, que nos sobran motivos para ser optimistas y sentir reconocimiento. Que lo logres es mi deseo para este año que recién se estrena. Para comenzar, no sería mala idea imitar a ese barbero de mi pueblo que colgó un letrero en la pared con estas sabias palabras: “Prohibido hablar de la cosa”.



[1]La “cosa”, en la cosmogonía que forma parte de la teoría del todo de los cubanos viene siendo como el verbo unificador de todos los elementos externos al individuo por los que se articula, o en los que se manifiesta, la relación social enajenante.