Hace un par de años, uno de los
muchachos del barrio, residenciado en Holanda desde fines de los 90, ahora
cuarentón, regresó al escenario de sus primeros triunfos con la peregrina idea
de formar un grupo musical, como si el talento se diera por sentado en esta
isla de estereotipos. De su fracasado proyecto, Niche Cubano, solo recuerdo el persistente estribillo de uno de los
pocos temas que pudo interpretar en el malogrado concierto debut en la pista de
baile del reparto, antes de regresar a Europa con los sueños de fama y éxito
hechos añicos por la dura realidad de la medianía. Decía, más o menos: “Money, Money, Money…”, y no mucho más.
En el ajedrez y en el dominó decimos
que desde afuera se ve mejor. La experiencia del Niche Cubano demuestra que supo ver las nuevas tendencias por las
que discurre la sociedad cubana, o expresado de otra forma, los focos de
interés que mueven al cubano de hoy, que en efecto, entre otras cosas, incluyen
música y dinero. La música, como comprendió el negro Vladi desde las Provincias
Unidas de Neerlandia, es un negocio poco exigente que se ha horizontalizado con
la tecnología y los nuevos estilos y géneros. Ya no hay que tener buena voz, pasar
por el conservatorio ni estudiar solfeo: basta con tener cara dura para pararse
en el escenario, cubrirse la epidermis de tatuajes como un nativo de Papua
Nueva Guinea, echarse la gorra para atrás estilo pandillero del Bronx y empezar
a injuriar a las mujeres y a los doce mil años de civilización.
Por otra parte, está el dinero,
la money –pensándolo bien, antes del
dinero debería hablar, no del buen o mal gusto, que eso me suena a puro
esnobismo pequeñoburgués, sino de la falta de criterio, sentido común, mesura,
tono, respeto, o mejor aún, de la desenfrenada y grosera desfachatez que junto
con el dinero forman esa aleación posmoderna e hipócrita a la que llaman reguetón,
pero no viene al caso.
Los griegos, fieles a la
costumbre de deificarlo todo con carácter antropomorfo, llamaban al dios del
dinero y la riqueza Pluto[1] y se
lo representaban ciego, para no ver a quien prodigaba sus dones, y de creer a
Aristófanes, que por cierto no es muy digno de crédito por su inveterada e
irreverente costumbre de mofarse de todo y todos –desde filósofos como
Sócrates, poetastros, ricos, avaros, soldados, hetairas, demagogos, hasta los
mismos dioses –, en la comedia Pluto lo
describe como un viejo andrajoso, escéptico de la bondad humana pues hasta las
mejores personas, “en cuanto me poseen y se hacen ricos –afirma–, su
perversidad no tiene límites”. Era, sin embargo, un tanto crédulo, pues a pesar
de esa reserva, cuando tropieza con dos pillos redomados, el amo y su esclavo,
lo embaucan de lo lindo con una casuística dudosa, asegurándole que era más
poderoso que el mismo Zeus ya que todo el poder de este se lo debe al “dinero,
porque tiene muchísimo”, gracias a las inyecciones de capital que
constantemente Pluto estaba obligado a hacer a favor del Tronante Crónida:
“A ti se debe el nacimiento de todas las
artes y de las invenciones más ingeniosas de los hombres. Por ti, y solo por
ti, uno corta cueros sentado en su taller, otro forja el bronce; otro trabaja
en madera; otro refina el oro que de ti ha recibido; otro roba en las calles;
otro perfora paredes; otro es batanero; otro lava pieles; otro las curte; otro
vende cebollas…”
(Aristófanes. Pluto. En: Comedia Griega. Ed.
Arte y Literatura, 1989. p.433).
Pueden
parecernos ingenuos la cosmogonía y los mitos griegos, pero no somos tan
diferentes, ni el hombre ha cambiado tanto desde el siglo IV A.C. hasta acá,
aunque, para ser justos, nunca hemos dejado de soñar ni hemos cejado en el
empeño de imaginarnos un mundo mejor en el que podamos despojarnos, siquiera
parcialmente, de la dictadura del dinero, confiando la satisfacción de las
necesidades básicas en manos del estado. Porque, en una interpretación del
mito, Pluto corrompe las almas más puras. En una elaboración más sofisticada,
la encarnación moderna de Pluto es la Economía, la Gran Dispensadora de Riquezas,
que como se sabe se manifiesta a nivel de Microeconomía y de Macroeconomía,
como el dios Ares que tenía dos hijos, Fobos y Deimos, el miedo y el terror.
Pero sigue siendo, en el fondo, la transfiguración del viejo ciego y andrajoso
de los griegos, cuyo contacto corrompe y desvirtúa la más noble sustancia. Es
cierto que una nación no puede prosperar sin una economía fuerte y
diversificada. Pero la economía no tiene alma. Esa se la ponemos los hombres.
Preocupa cuando los hombres detrás de la economía tampoco tienen alma.
A la
perversión de la Economía,
debemos responder reivindicando la Economía Socialista,
“centrada”, en este orden, en la Satisfacción de Todo El Pueblo, sin exclusiones
ni omisiones vergonzosas, en el logro de la Equidad, el Bienestar, la Justicia Social y, por qué no,
el desarrollo sostenible de ser posible en el proceso. Las transformaciones en
la economía cubana, en el momento actual, distan mucho de satisfacer las expectativas
creadas en la subjetividad del pueblo en estos casi 60 años por el gobierno
revolucionario, al punto de parecerse muy poco a una economía socialista como la soñamos, todo ello justificado
por el fin que se persigue, un
socialismo próspero y sostenible, cuya instrumentación toma cuerpo con las
medidas que se implementan para actualizar el modelo económico y social cubano.
Citando a
Albert Camus:
“¿El fin justifica los medios? Es posible.
¿Pero quién justifica el fin? A esta cuestión, que el pensamiento histórico deja
pendiente, la rebelión responde: los medios”.
(cit. por: Franz J. Hinkelammert. El Sujeto
y la ley. El retorno del sujeto reprimido. Ed. Caminos. La Habana, 2006. p. 116).
A la postre,
en el socialismo los medios son tan
importantes como el fin. Eso es lo
que se nos está olvidando. Los medios no pueden estar reñidos con el fin. Por
el contrario, los medios deben reflejar el fin. Por ejemplo, si aspiramos a
tener los mejores médicos o ingenieros o científicos o agrónomos del mundo, el
medio para lograrlo sería asegurándonos de tener primero los mejores maestros
del mundo. Una falacia fértil, según
George Soros que tomó el concepto de Karl Popper, es aquella situación que
siendo objetivamente falsa, se comporta como verdadera. Como el principio de hacer
la guerra para obtener la paz. En este caso, aunque se alcance el resultado
previsto, sin embargo el medio contradice el fin, son absolutamente
antagónicos, por tanto debe ser descartado. Otra falacia es la de que aumentar
salarios afecta la economía y produce inflación (ver: http://www.antropologiayotrashierbas.blogspot.com/2015/04/falacias-fertiles.html).
Pero la mayor
de las falacias es pretender perfeccionar el socialismo (el fin), introduciendo prácticas capitalistas (el medio). Del peligroso camino que estamos tomando, dan fe los
altares a Pluto que imperceptible, pero pertinazmente se están levantando en el
corazón de cada vez más cubanos, pues es el mensaje que recibimos en este
proceso de sacralización y apoteosis oficial y neocalvinista de la Economía, por encima de
todo lo demás. Esto lo ha percibido hasta un reguetonero fracasado residente en
Holanda que quiso pescar en río revuelto, cantándole al dinero en una Cuba
donde el pragmatismo y la banalidad ganan espacios alentados por unas políticas
económicas que, en teoría, se encaminan a fortalecer el Sistema Socialista.
[1] “Deméter, divina entre
diosas, parió al generoso Pluto en placentero abrazo con el héroe Yasio en un
fértil campo en el rico país de Creta. Éste recorre toda la tierra y los anchos
lomos del mar y a quien le encuentra, si se echa en sus brazos, le vuelve rico
y le colma de prosperidad”. Hesíodo, Teogonía, 969-70. Los cretenses tenían
fama de mentirosos entre los griegos; hasta hoy la conquista de la riqueza
muchas veces está asociada a prácticas poco escrupulosas.
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