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jueves, 5 de octubre de 2017

El hueso de Donald Trump



El hueso de Donald Trump

Por fin este 3 de octubre Donald Trump realizó su anunciada visita de compromiso a la isla de Puerto Rico, dos semanas después de que el huracán María la atravesara en toda su longitud, de este a oeste. Lo primero que resalta es su torpeza para bajar del solio imperial y acercarse con naturalidad al pueblo del cuasi estado en un gesto de sincero duelo. Al contrario, aún cuando se violentaba visiblemente para “ponerse en situación” y moderar los desplantes que pugnaban por salir en aterrador alud de glosolalia, no pudo dejar de comportarse con la ríspida aspereza de general en plaza tomada, señalando admonitoriamente con el dedo a un pueblo que más bien necesita que le echen una mano y no que le recuerden, en un despliegue de la más burda mezquindad, lo que le ha costado al tesoro estadounidense. Demostró el altanero desdén de quien no acostumbra condescender, ni ante el dolor y la desgracia ajenos, y de quién carece de la grandeza de saber dar sin humillar, propio de espíritus muy, pero que muy pequeños.

Para colmo de agravios, mediatizó la catástrofe sufrida por borinquen y su mestiza gente, al comparar el María (un categoría 5) con el Katrina (que tocó tierra estadounidense con categoría 3) y el desastre de New Orleáns, olvidando que los daños de este último se potenciaron por la desidia y el desconcierto de otro presidente republicano, George W. Bush, igualmente incapacitado para desenvolverse con soltura y gestionar una crisis. En realidad, no es una competencia para ver quien sufrió más, o que huracán fue el más malo, o que presidente fue más torpe, sino de comportarse como un ser humano y dejarse de estupideces. Que la erupción del Santorini destruyó la cultura creto-minóica, y eventualmente hundió la Atlantida en el mar, fue desde luego una tragedia pero no se puede convertir en un techo inmovilizante para, de ahí hacia abajo, no hacer nada mientras un cataclismo no destruya una civilización completa.

Lo cierto es que el dolor hay que sentirlo, y no basta masticar cal viva para poner cara de Gorgona y convencer, suponiendo que ese fuera su deseo. Pero a Trump no le importa Puerto Rico, de ahí que su impasibilidad no es mera analgesia, sino simple y llana indiferencia. A pesar de todo, parece estar dispuesto a movilizar “la caballería” y cumplir la “carga del hombre blanco” a lo Kipling y su misión civilizadora que pasa, ante todo, por hacerles entender que tienen que ser good boys responsables, sobreponerse a la catástrofe, manejarse como puedan y no acumular tantas deudas, aunque se comprometió a trabajar cerca de “los amigos de Wall Street” para liquidar la que ya tienen ascendente a 70 mil millones de dolares. Como dijo Bush en una de sus desafortunadas y crípticas frases de predicador hugonote, observen y verán. Vacío absoluto.

Recordar el Katrina fue un error, desde todo punto de vista, y más para un republicano. En Puerto Rico, Trump –y el imperio que representa– no lució en su momento de mayor lucidez política, ¿pero cuándo lo ha hecho?. El hermano pueblo de Puerto Rico enfrentado a una catástrofe de magnitudes colosales me recuerda las palabras de aquel rey de Francia: “todo se ha perdido, menos el honor”, algo que no puede decir el presidente de turno de la nación más poderosa del mundo.

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