El hueso de Donald Trump
Por
fin este 3 de octubre Donald Trump realizó su anunciada visita de compromiso a
la isla de Puerto Rico, dos semanas después de que el huracán María la
atravesara en toda su longitud, de este a oeste. Lo primero que resalta es su
torpeza para bajar del solio imperial y acercarse con naturalidad al pueblo del
cuasi estado en un gesto de sincero
duelo. Al contrario, aún cuando se violentaba visiblemente para “ponerse en
situación” y moderar los desplantes que pugnaban por salir en aterrador alud de
glosolalia, no pudo dejar de comportarse con la ríspida aspereza de general en
plaza tomada, señalando admonitoriamente con el dedo a un pueblo que más bien
necesita que le echen una mano y no que le recuerden, en un despliegue de la
más burda mezquindad, lo que le ha costado al tesoro estadounidense. Demostró
el altanero desdén de quien no acostumbra condescender, ni ante el dolor y la
desgracia ajenos, y de quién carece de la grandeza de saber dar sin humillar,
propio de espíritus muy, pero que muy pequeños.
Para
colmo de agravios, mediatizó la catástrofe sufrida por borinquen y su mestiza
gente, al comparar el María (un categoría 5) con el Katrina (que tocó tierra
estadounidense con categoría 3) y el desastre de New Orleáns, olvidando que los
daños de este último se potenciaron por la desidia y el desconcierto de otro
presidente republicano, George W. Bush, igualmente incapacitado para
desenvolverse con soltura y gestionar una crisis. En realidad, no es una
competencia para ver quien sufrió más, o que huracán fue el más malo, o que
presidente fue más torpe, sino de comportarse como un ser humano y dejarse de
estupideces. Que la erupción del Santorini destruyó la cultura creto-minóica, y
eventualmente hundió la
Atlantida en el mar, fue desde luego una tragedia pero no se
puede convertir en un techo inmovilizante para, de ahí hacia abajo, no hacer
nada mientras un cataclismo no destruya una civilización completa.
Lo
cierto es que el dolor hay que sentirlo, y no basta masticar cal viva para poner
cara de Gorgona y convencer, suponiendo que ese fuera su deseo. Pero a Trump no
le importa Puerto Rico, de ahí que su impasibilidad no es mera analgesia, sino
simple y llana indiferencia. A pesar de todo, parece estar dispuesto a
movilizar “la caballería” y cumplir la “carga del hombre blanco” a lo Kipling y
su misión civilizadora que pasa, ante todo, por hacerles entender que tienen que
ser good boys responsables,
sobreponerse a la catástrofe, manejarse como puedan y no acumular tantas deudas,
aunque se comprometió a trabajar cerca de “los amigos de Wall Street” para
liquidar la que ya tienen ascendente a 70 mil millones de dolares. Como dijo Bush en una de sus desafortunadas y crípticas frases de
predicador hugonote, observen y verán.
Vacío absoluto.
Recordar el Katrina fue un error, desde todo punto de vista, y más para
un republicano. En Puerto Rico, Trump –y el imperio que representa– no lució en
su momento de mayor lucidez política, ¿pero cuándo lo ha hecho?. El hermano
pueblo de Puerto Rico enfrentado a una catástrofe de magnitudes colosales me
recuerda las palabras de aquel rey de Francia: “todo se ha perdido, menos el
honor”, algo que no puede decir el presidente de turno de la nación más poderosa
del mundo.
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