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viernes, 27 de abril de 2018

Familia et societas






Cierto filósofo griego, según Diógenes Laercio, definió al hombre simplemente como “lo que todos conocen”, que en buen romance significa: el mismo ser incompleto pero perfectible ayer, hoy y siempre. Una obsesión de los filósofos y pedagogos de todos los tiempos ha sido dotar a este pedazo de materia de una educación que lo haga trascender las limitaciones que su condición le impone, sin mucho éxito que digamos ya que en el fondo todo lo que logra la escuela, la mayoría de las veces, es hacer un poco más dogmático al antropoide sin lograr desencadenar al ángel con alas de hierro que, en teoría, todos llevamos dentro. Aunque se sigue intentando.

En un programa de la TV territorial de Holguín, una psicóloga muy segura de sí misma afirmó que los padres tienen que negociar con sus hijos. No me sorprendió porque es la tendencia de la psicopedagogía actual, pero me hizo reflexionar. Toda negociación lleva implícita la capacidad de ceder un poco de algo para obtener a cambio otro poco de algo, de manera que por este camino cuando el muchacho de diez años le diga:
        Madre (o padre), se me antoja tomarme una semana sabática.
La madre (o el padre), impuesta de la conveniencia psicológica de negociar, y renunciando por completo al principio de autoridad, le dirá:
        Pero hijo, es preciso que vayas a la escuela a recibir educación. Ve tres días, y descansa los otros cuatro.
        Bueno –dirá el hijo–, pero iré vestido de arlequín.
        Oh, no, eso no está permitido. Debes ir de uniforme.
        Entonces, que te parece si llegamos a un consenso mutuamente beneficioso: me tomaré esta semana, y la próxima no dejaré de ir de completo uniforme.

Como se ve, a pesar de la sincera voluntad de negociar de los padres con el sano propósito de no traumatizar a la prole con métodos autoritarios propios de nuestros abuelos y de toda la raza humana desde hace más o menos quinientos mil años, hay cosas donde la diplomacia fracasa, como por ejemplo, que a la escuela hay que ir de uniforme. El uniforme escolar es innegociable, es algo absoluto: lo haces…o lo haces. Todo lo demás se puede relativizar, puede ser objeto de negociación, desde la necesidad de bañarse después de andar revolcándose en el lodo, comer tierra, usar cuchara, limpiarse los mocos, o ser corteses, solidarios y serviciales. Son negociables simplemente porque no son cuestiones que deban ser regulados por una norma jurídica, aunque afecten a toda la sociedad. No hay una ley que prohíba a nuestros hijos comer como vikingos, o andar hechos una bola de churre. Dicen que Steve Jobs se bañaba muy poco, y andaba descalzo para arriba y para abajo por las calles de Silicon Valley; aun así fue uno de los hombres más influyentes de nuestra época. Así que bueno, la cuestión del baño y de usar zapatos se puede negociar. Tampoco hay una ley que obligue a usar palabras corteses, a comportarse como un perfecto caballero o como una exquisita dama. Estas cosas el Estado las deja a discreción de la familia. Siempre teniendo en cuenta el principio de negociación.

Si por alguna misteriosa razón los argumentos de los padres se estrellan en el blindaje de la tozudez infantojuvenil, entonces hay que dejar que hagan lo que les dé la gana. Nunca llegar a la imposición, o a la arbitrariedad de por ejemplo, manejar la situación anterior de esta forma:
        Madre (o padre), se me antoja tomarme una semana sabática.
        ¡Mira muchacho, levántate de esa cama, límpiate los mocos, ponte el uniforme y piérdete para la escuela!.

Este proceder puede tener las siguientes consecuencias negativas: que los hijos respeten a los padres, y por extensión a toda autoridad legítimamente constituida, que sean responsables con sus deberes, que desarrollen carácter y que se dejen de guanajerías replicando neciamente por todo lo que se les dice que hagan.

Recuerdo haber leído en las Tradiciones… de Ricardo Palma que plaza que parlamenta está medio tomada. El principio de autoridad no está reñido con el de negociación, si observamos el precepto básico de que la autoridad no se negocia. Es conocida la expresión de Máximo Gómez, que nos tenía bien calados: los cubanos cuando no llegan, se pasan. Porque toda esa retórica de psicología barata de autoayuda tiene raíces más profundas, siempre es así porque no existen discursos autoconscientes sino que se articulan dentro de un metarrelato mucho menos visible. Ahora queremos convertir la familia en una especie de ágora donde todo se ventile democrática y participativamente, como si tuviéramos como sociedad algún pecado oculto y vergonzoso, un esqueleto en el armario, del que convencer al mundo que nos hemos purificado cumplidamente. No obstante, la familia, la más conservadora de las instituciones humanas, resistirá todos los intentos por reformarla.

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