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viernes, 17 de noviembre de 2017

SOS: Coto de caza en peligro




Monarquía significa simple y llanamente gobierno de uno solo. Eso lo dice todo. En algún momento de la historia, se elaboró la formula “rey por derecho divino”, haciendo responsable a Dios de las más que frecuentes meteduras de patas de los casi siempre inútiles gobernantes hereditarios. Por experiencia sabemos que un monarca es tan efectivo como la guardia suiza del vaticano en la actualidad: su valor es puramente decorativo –excepto en algunas monarquías del golfo–, y extremadamente caros, como ciertas porcelanas chinas. Una de las mayores enseñanzas de la Revolución Francesa es que los pueblos necesitan un rey tanto como los peces una bicicleta.


Recientemente la prensa mundial se hizo eco de la preocupación del príncipe Guillermo, el número dos en la sucesión al antiguo trono de Eduardo el Confesor, por la amenaza a los ecosistemas y la desaparición de especies debido a la superpoblación mundial, y de la solución maltusiana del hijo de la princesa Diana y su abuelo, el consorte de la reina Isabel II, aconsejando la implementación de controles gubernamentales sobre la natalidad. “El príncipe Guillermo de Inglaterra manifestó, durante una cena de gala de la organización benéfica Tusk, en Londres, su preocupación por la superpoblación de la Tierra, y recalcó que es imprescindible tomar medidas para salvar ciertas poblaciones de animales.

Las preocupaciones del también duque de Cambridge dan continuidad a las manifestadas por su abuelo, Felipe de Edimburgo, quien en 2011 abogó por la 'limitación familiar voluntaria' como un medio para resolver la superpoblación, que describió como el mayor desafío en la conservación de la biodiversidad”(https://actualidad.rt.com/actualidad/254284-principe-guillermo-rapido-crecimiento-poblacion, 3 de noviembre de 2017).

La cuestión es que Europa está desde hace décadas en medio de una transición demográfica al igual que casi todos los países desarrollados, lo que significa que las mujeres paren poco, y los hijos que nacen tienen una alta expectativa de vida. Entonces evidentemente la preocupación del príncipe no se podía referir a la culta y cada vez más estéril Europa. Donde si se sigue pariendo muchísimo es en los países pobres, en especial en el continente africano, lo que nos induce a pensar que la angustia del príncipe se origina en que están naciendo muchos pobres hambrientos en América y Asia, pero especialmente muchos más en África que a su juicio pueden llegar a constituir una amenaza bastante seria para las poblaciones de animales salvajes en las grandes sabanas donde tradicionalmente la nobleza europea realiza sus safaris. Esto último puede ser pura coincidencia, aunque creo que todos recuerdan el episodio del rey Juan Carlos cuando se dislocó la cadera en una de sus expediciones armadas contra la fauna del continente negro. A falta de moros… Quizás en la última razzia cinegética, el Windsor no encontró tantos leones, o antílopes, o ñus o lo que sea que se dedican a matar y eso evidentemente lo deprimió un poco, llevándolo a reflexionar. Pero reflexionar no parece ser su fuerte. De cualquier manera, la angustia y la preocupación que exteriorizó por salvar a toda costa los cotos de caza del hombre blanco europeo de la amenaza de la otra parte de la humanidad de piel quebrada parecen sinceros. Su madre, por lo menos, encontró una causa auténtica haciendo campaña contra las minas antipersonales y por eso merece todo el crédito del mundo.

Como institución, la monarquía y por extensión la decadente nobleza que literalmente le hace la corte, solo conserva en nuestros días, de las glorias de antaño, la Orden de la Jarretera, la afición cinegética, la carencia absoluta de sentido político y la capacidad para escandalizarnos a nosotros, la plebe, con sus extravagantes actuaciones públicas. Todavía los latinoamericanos no hemos olvidado el exabrupto del rey de España contra el presidente Chávez en una cumbre Iberoamericana, como si se encontrara presidiendo el Consejo de Indias y no en una reunión de Jefes de Estados soberanos. Todos son iguales. Para comprobarlo solo hay que dejarlos hablar. Por suerte para ellos, no tienen que hacer campaña: tienen el trono asegurado por derecho divino.

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