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miércoles, 29 de noviembre de 2017

Una residencia nueva y un problema viejo




Imágenes televisivas muestran un atisbo de una residencia estudiantil de primer mundo: habitaciones individuales, no solo decorosas, sino incluso para nuestros estándares, lujosas, con climatización artificial, conectividad, teléfono fijo. No es Harvard, el MIT ni Cambridge. Son las habitaciones para los elegidos del centro de formación de atletas de alto rendimiento Cerro Pelado en La Habana, Cuba.

Condiciones excepcionales, que no tienen ni de cerca, nuestros aspirantes a médicos, o a ingenieros y mucho menos a maestros, y no se me escapa el hecho de los grandes sacrificios que hacen los deportistas en su formación, el modo de vida espartano que deben abrazar, o que el Cerro Pelado es la cúspide del Alto Rendimiento a nivel nacional. Pero es innegable que esta opción preferencial por el músculo coloca a los deportistas varios peldaños por encima del resto, creando una brecha, otra más, en nuestra ya bien escindida estructura social.

Sin embargo, estadísticamente, una promoción de médicos o de maestros es más efectiva, y desde luego socialmente más redituable, que una promoción de deportistas, muy pocos de los cuales logrará un titulo mundial u olímpico, no realizan o como diríamos en derecho, no perfeccionan el fin para el que fueron formados, esto es, simple y llanamente, y retórica aparte, ganar medallas. Cada médico, mientras tanto, habrá salvado innumerables vidas, o por lo menos mejorado la calidad de la de quienes acudan a sus consultas, con un desempeño altamente profesional y pocas veces negativo. El maestro año tras año instruye y educa pacientemente, garantizando la transmisión del conocimiento acumulado por el hombre en su infatigable andar por el mundo. Y si de medallas se trata, cada maestro es un medallista elevado a lo más alto del podio de la consagración, de la vida humilde, abnegada y casi siempre, anónima, en el sentido de que no goza del glamour de otras profesiones mejor remuneradas y en la misma proporción, socialmente mejor reconocidas más allá del discurso, porque debemos enfrentar el hecho de que en nuestra sociedad se ha entronizado un criterio del éxito o el prestigio en función de la economía, de cuan provista esta la billetera. Un maestro es alguien con la cabeza llena de conocimientos, el corazón rebosante de valores humanos y patrióticos, pero el bolsillo vacío y la mesa como la del clérigo del Lazarillo de Tormes. Si la pobreza es nobleza, bien nos merecemos un trono.

Los médicos y los maestros encarnan la vocación transformadora de la Revolución. Alcanzan reconocimiento universal por la excelencia de su trabajo. Los estudiantes cubanos ganan concursos internacionales. Ejemplos de solidaridad, desprendimiento y valentía, han desarrollado su labor en las más difíciles condiciones, en zonas de conflicto, convencional o no convencional, o de virulentas epidemias, y constituyen el arquetipo de esos héroes de que hablaba el Che, no de los momentos magníficos, sino de la cotidianidad. Aun así, para formarse han debido hacer los mayores sacrificios.

Por otra parte, un pelotero de la serie nacional gana mil CUP al mes más alguna dieta agregada, y con la ventaja de no tener que hacer gastos de transportación ni de alimentación ni de vestuario. Aunque exhiba un rendimiento más bien discreto, y ni hablar que en el escenario mundial hace tiempo que la diosa Niké, la victoria, les ha dado la espalda. Un maestro, en cambio, a pesar de la importancia vital de su labor, tiene un salario básico de más o menos la mitad de lo que gana un pelotero en la serie nacional. Y todavía al maestro se le exige hacer formación vocacional, y “convencer” a sus alumnos para que cojan alguna carrera pedagógica, que se autoprepare, lo que pasa por comprar libros cuyo precio equivale a un día de trabajo, que cada día de los diez meses y pico que tiene el año lectivo, vaya presentable al aula, entre otras muchísimas cosas que por valentía y consagración, sabe que tiene que dejar fuera del aula, sin lograrlo del todo. De esta forma, la imagen del maestro amable y preocupado, no es de extrañar que dé paso a la persona malhumorada y neurótica del individuo enajenado.

Indudablemente, está muy bien que los deportistas de alto rendimiento cuenten con una residencia lujosa, y que les paguen a los peloteros un salario que ojala fuera mayor. Es alentador constatar que el Estado muestra avances en su dinámica de desarrollo. Pero está muy mal que, de la misma forma, no se realicen acciones con una concreción efectiva, encaminadas a mejorar significativamente las condiciones estructurales, materiales y de confort de las residencias de los estudiantes de medicina y de los pedagógicos en las provincias, y está todavía peor el salario que le pagan a un maestro, sin que llegue el ansiado “aumento”, que ya forma parte de lo mítico y lo fabuloso en el imaginario de este sector, “bloqueado” o postergado por elucubraciones ininteligibles sobre el crecimiento económico y la amenaza de una escalada inflacionaria que sin embargo no ha desbordado los diques cambiarios a pesar del cuentapropismo, el pago por resultados en la construcción, la agricultura, los servicios, las industrias estratégicas, las misiones y los trabajadores vinculados al turismo los cuales movilizan para su peculio grandes volúmenes de efectivo, olvidando que no habrá dinero mejor pagado por un trabajo, que en buena ley es impagable, que la labor de educar, de crear conciencia y reproducir valores esenciales para la construcción de un modo de vida alternativo, socialista y revolucionario, y que resulta imprescindible no solo para la sociedad, sino para el mismo individuo por el poder liberador del conocimiento y por las herramientas hermenéuticas para la cognoscibilidad de un mundo cada vez más complejo y teleologicamente desafiante.

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