Imágenes
televisivas muestran un atisbo de una residencia estudiantil de primer mundo:
habitaciones individuales, no solo decorosas, sino incluso para nuestros estándares,
lujosas, con climatización artificial, conectividad, teléfono fijo. No es
Harvard, el MIT ni Cambridge. Son las habitaciones para los elegidos del centro
de formación de atletas de alto rendimiento Cerro Pelado en La Habana, Cuba.
Condiciones
excepcionales, que no tienen ni de cerca, nuestros aspirantes a médicos, o a
ingenieros y mucho menos a maestros, y no se me escapa el hecho de los grandes sacrificios
que hacen los deportistas en su formación, el modo de vida espartano que deben
abrazar, o que el Cerro Pelado es la cúspide del Alto Rendimiento a nivel
nacional. Pero es innegable que esta opción preferencial por el músculo coloca a
los deportistas varios peldaños por encima del resto, creando una brecha, otra
más, en nuestra ya bien escindida estructura social.
Sin
embargo, estadísticamente, una promoción de médicos o de maestros es más
efectiva, y desde luego socialmente más redituable, que una promoción de
deportistas, muy pocos de los cuales logrará un titulo mundial u olímpico, no
realizan o como diríamos en derecho, no perfeccionan el fin para el que fueron
formados, esto es, simple y llanamente, y retórica aparte, ganar medallas. Cada
médico, mientras tanto, habrá salvado innumerables vidas, o por lo menos
mejorado la calidad de la de quienes acudan a sus consultas, con un desempeño
altamente profesional y pocas veces negativo. El maestro año tras año instruye
y educa pacientemente, garantizando la transmisión del conocimiento acumulado
por el hombre en su infatigable andar por el mundo. Y si de medallas se trata,
cada maestro es un medallista elevado a lo más alto del podio de la
consagración, de la vida humilde, abnegada y casi siempre, anónima, en el
sentido de que no goza del glamour de
otras profesiones mejor remuneradas y en la misma proporción, socialmente mejor
reconocidas más allá del discurso, porque debemos enfrentar el hecho de que en
nuestra sociedad se ha entronizado un criterio del éxito o el prestigio en
función de la economía, de cuan provista esta la billetera. Un maestro es
alguien con la cabeza llena de conocimientos, el corazón rebosante de valores
humanos y patrióticos, pero el bolsillo vacío y la mesa como la del clérigo del
Lazarillo de Tormes. Si la pobreza es nobleza, bien nos merecemos un trono.
Los
médicos y los maestros encarnan la vocación transformadora de la Revolución. Alcanzan
reconocimiento universal por la excelencia de su trabajo. Los estudiantes
cubanos ganan concursos internacionales. Ejemplos de solidaridad,
desprendimiento y valentía, han desarrollado su labor en las más difíciles
condiciones, en zonas de conflicto, convencional o no convencional, o de
virulentas epidemias, y constituyen el arquetipo de esos héroes de que hablaba
el Che, no de los momentos magníficos, sino de la cotidianidad. Aun así, para
formarse han debido hacer los mayores sacrificios.
Por
otra parte, un pelotero de la serie nacional gana mil CUP al mes más alguna
dieta agregada, y con la ventaja de no tener que hacer gastos de transportación
ni de alimentación ni de vestuario. Aunque exhiba un rendimiento más bien
discreto, y ni hablar que en el escenario mundial hace tiempo que la diosa Niké,
la victoria, les ha dado la espalda. Un maestro, en cambio, a pesar de la
importancia vital de su labor, tiene un salario básico de más o menos la mitad
de lo que gana un pelotero en la serie nacional. Y todavía al maestro se le
exige hacer formación vocacional, y “convencer” a sus alumnos para que cojan
alguna carrera pedagógica, que se autoprepare, lo que pasa por comprar libros
cuyo precio equivale a un día de trabajo, que cada día de los diez meses y pico
que tiene el año lectivo, vaya presentable al aula, entre otras muchísimas
cosas que por valentía y consagración, sabe que tiene que dejar fuera del aula,
sin lograrlo del todo. De esta forma, la imagen del maestro amable y
preocupado, no es de extrañar que dé paso a la persona malhumorada y neurótica
del individuo enajenado.
Indudablemente,
está muy bien que los deportistas de alto rendimiento cuenten con una
residencia lujosa, y que les paguen a los peloteros un salario que ojala fuera
mayor. Es alentador constatar que el Estado muestra avances en su dinámica de
desarrollo. Pero está muy mal que, de la misma forma, no se realicen acciones con
una concreción efectiva, encaminadas a mejorar significativamente las
condiciones estructurales, materiales y de confort de las residencias de los
estudiantes de medicina y de los pedagógicos en las provincias, y está todavía
peor el salario que le pagan a un maestro, sin que llegue el ansiado “aumento”,
que ya forma parte de lo mítico y lo fabuloso en el imaginario de este sector,
“bloqueado” o postergado por elucubraciones ininteligibles sobre el crecimiento
económico y la amenaza de una escalada inflacionaria que sin embargo no ha
desbordado los diques cambiarios a pesar del cuentapropismo, el pago por
resultados en la construcción, la agricultura, los servicios, las industrias
estratégicas, las misiones y los trabajadores vinculados al turismo los cuales
movilizan para su peculio grandes volúmenes de efectivo, olvidando que no habrá
dinero mejor pagado por un trabajo, que en buena ley es impagable, que la labor
de educar, de crear conciencia y reproducir valores esenciales para la
construcción de un modo de vida alternativo, socialista y revolucionario, y que
resulta imprescindible no solo para la sociedad, sino para el mismo individuo
por el poder liberador del conocimiento y por las herramientas hermenéuticas para
la cognoscibilidad de un mundo cada vez más complejo y teleologicamente
desafiante.
Su blog ha quedado indexado en Blogs cubanos, WordPress, Saludos
ResponderEliminarMuchas gracias.
EliminarMuy bien añoranzas de Ítaca. Y de Macondo... por que no? Abrazos
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