En los relatos de quienes visitan
Cuba casi siempre, como una nota unificadora, prevalece la sensación de
encontrarse en un lugar donde se ha detenido el tiempo, de percibir “esta
extraña sensación de haberle ganado la batalla al tiempo y al espacio”. La
palabra tiempo transita de manera recurrente una y otra vez los artículos
periodísticos como si fuera una membrana que lo cubre todo, abundando
expresiones como “Los cubanos tienen una relación complicada con el tiempo” o
“Uno de los grandes regalos de nuestro corto tiempo en La Habana fue el tiempo
mismo”. Así se expresó en un respetuoso e incluso entusiasta trabajo publicado
en The New York Times el 17 de marzo de 2018 el periodista Reif Larsen. No se
si ese lugar atemporal sea físicamente posible, ni siquiera a nivel cuántico
donde todo es tan diferente, más allá de la fantasía de un Peter Pan en la Isla de Nunca Jamás, de la
nostalgia o de la ingenuidad hábilmente condicionada de los turistas foráneos.
Porque lo cierto es que Cuba
cambia, y lo hace esencialmente porque existe la voluntad política desde arriba, y porque existe la
necesidad fundamentalmente económica de impulsar cambios que inevitablemente
afectarán, esto es marxismo de vieja escuela, las relaciones de producción y la
estructura misma del sistema. El pueblo se debate entre el apoyo a los cambios
y el temor a que todo haya sido en vano y que como la del 30, la revolución se
vaya a bolina. Aunque la izquierda maldiga la palabra Perestroika, en Cuba está
teniendo lugar algo parecido. La diferencia es que, como muchos estudiosos del
fenómeno soviético apuntan, la aventura de Gorbachov carecía por completo de un
programa. Los tecnócratas detrás del proceso cubano de cambios, impuestos del
precedente, se están tomando su tiempo para pensarlo y crear su propia hoja de
ruta. Fueron jalones en este andar los famosos Lineamientos… y la Conceptualización...
que vino después. También es prueba que este es un proceso de ensayo y error controlado, porque no quieren repetir
el odioso precedente, el repliegue del año pasado en las licencias al Trabajo
por Cuenta Propia que fueron congeladas. Un paso adelante, dos atrás o como
dijo Raúl usando palabras de Epicteto, sin prisa pero sin pausa.
Otro indicador de cinetismo es la
reforma a las leyes. Especialmente cuidadosos están siendo con la anunciada
reforma a la Constitución
que debe aprobar la recientemente elegida legislatura de la Asamblea Nacional
del Poder Popular, ya sin Raúl. Otra será la reforma al Código Penal. Algo que
supongo no debe ser tarea fácil, sobre todo la faena de cabildeo para conseguir
consenso dentro de las altas figuras de la Revolución, en cuanto
al alcance y al ropaje retórico con que se quieran recubrir los nuevos
artículos de forma tal que no parezca que se pierde la esencia del proceso y
permita al mismo tiempo el desarrollo de las nuevas formas y relaciones de
producción que pertinazmente se vienen impulsando a contrapelo de la letra más
ortodoxa del texto del 76, cuando, no olvidemos, estábamos firmemente alineados
con la URSS y un
modelo de socialismo del que hoy casi todos quieren guardar respetable
distancia.
Los diputados al parlamento elegidos
en febrero pasado a lo mejor todavía no saben el valor que tendrá su mano
derecha, porque cada vez que la levanten en la sala de sesiones del Palacio de
las Convenciones en La Habana,
estarán haciendo historia. Esta legislatura siempre será recordada para bien o
para mal porque lo que aprueben, y la naturaleza de esto, lo que se cocina, solo lo saben unos pocos dentro de la intelligentsia más cercana al vórtice
del poder, el resto solo opera en el terreno de la especulación, marcará los
destinos de la nación en el futuro y se alejará inevitablemente de
planteamientos tradicionalmente sostenidos por la Revolución. Cuánto
se aleje está aún por verse.
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