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jueves, 1 de marzo de 2018

Las solitarias cumbres del Superhombre





Las más altas cumbres del poder suelen ser solitarias, y el aire enrarecido de las alturas perturba el juicio. Asomarse al abismo a 6. 000 mil pies sobre el nivel del hombre y del tiempo produce vértigo, y no es infrecuente encontrar alucinados entre quienes respiran el aire más puro y más fuerte de esas cimas abismales donde habita el Superhombre, como creyó entender Nietzsche en una delirante revelación megalomaniaca que lo condujo primero a proclamar sin pudor su propia genialidad, y luego directo al manicomio.

No tengo dudas de que Donald Trump sufre en su forma agravada y más virulenta, el famoso delirio de las alturas de Nietzsche. Al creerse muy sabio, muy listo, valida la frase del filósofo de que cada hombre tiene tanta vanidad cuanto le falta razón. Tan grande es su vanidad, que lo llena todo, no dejando lugar, cuando él está, para nadie más. Con su presidencia ocurre algo que a mí por lo menos me parece inédito en la historia de los EEUU desde hace décadas: es el gabinete de uno solo. La excéntrica personalidad del mandatario absorbe toda la atención. Su histrionismo opaca todas las demás. Parece estar inmerso en una obra, escrita por él mismo, donde no hay actores secundarios, y el resto del elenco se mueve por el tablado como sombras chinescas anodinas e impersonales; o en una suerte de monólogo en un idioma que solo él entiende. Si a mí me preguntan, ahora que escribo esto, quien es el Vicepresidente, o el Secretario de Estado de este gabinete, me pondrían en la vergonzosa necesidad de confesar con sinceridad absoluta que no sabría la respuesta sin acudir a la Internet o a la Wikipedia. Tampoco es que merezcan el esfuerzo. Sin embargo, de memoria y con facilidad puedo mencionar nombres relevantes de pasadas magistraturas –algunos incluso llegaron más tarde a la silla ejecutiva –, como Richard Nixon, Alexander Haigh, Henry Kissinger, George Bush Sr., Al Gore, Dick Cheney, Colin Powel, Condoleezza Rice o John Kerry –no dije que fueran “buenos”, casi todos encarnan al “americano feo”, pero tienen en común que se les permitió desempeñar cierto protagonismo de segunda línea, eran actores de reparto y lo sabían pero no se les despojó de algún peso dramático en la trama política, cada uno en su cartera y en sus gobiernos respectivos.

Los defensores de la autoproclamada Primera Democracia del Mundo han sido colocados en un terrible aprieto por el gobierno personalísimo de su Primer Magistrado. No sé como conciliarán la democracia representativa con este ejercicio de poder neroniano donde ningún actor secundario puede permitirse la inexcusable falta de delicadeza de eclipsar al César. Una orquesta sinfónica con un solo instrumento, o un circo con un solo payaso, terminan por aburrir al público, aunque sea un excelente payaso, y aunque Roma, o EEUU, siempre esté sedienta de espectáculo.

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