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miércoles, 11 de julio de 2018

Algo sobre el mundial de fútbol





Según Gilbert Keith Chesterton sólo los malos jugadores aman el juego por si mismo. Argumentaba su falacia diciendo: “El buen pintor ama su pericia. Es el mal pintor el que ama su arte. El buen músico ama ser músico; el mal músico ama la música…Si usted pudiera jugar con una seguridad infalible, sin posibilidad de fallo, no jugaría en absoluto. En cuanto el juego es perfecto, el juego desaparece”. Como para escarmentarlo, en una ocasión los diablillos del juego de croquet le depararon el juego perfecto desafiando toda probabilidad racional, lo que hizo que echara a correr a meterse en la cama como alma que lleva el diablo. “El espectro de mi abuelo me hubiese dejado menos estupefacto”, escribió más tarde.

Desde un tiempo para acá, quizás desde el mundial de Italia 90, los cubanos hemos desarrollado una autentica y masiva pasión por el fútbol. Amamos el concepto en si mismo, la idea en estado puro, la abstracción, porque como todo el mundo sabe en la cancha somos malísimos. Un cubano es tan expresivo en el terreno de fútbol como la ropa interior de la reina de Inglaterra. Pero eso no nos detiene. Esperamos el mundial con la expectación anhelante de los verdaderos amantes, cuánto más torpes más fieles. Amamos este deporte con la pasión sin esperanzas, casi sacerdotal, de los amantes castos y platónicos. Por un mes entero nos enamoramos para estar contentos.

Cuando empiezan a perder los equipos de nuestra preferencia, nos inventamos excusas complacientes. Alemania, por ejemplo, para sus parciales no tiene que ganar: basta con que demuestre combatividad y entrega hasta el final, transmitiendo enseñanzas de manual de autoayuda. Con didactismo de muñe soviético, convertimos las derrotas en casi victorias. Y así nos involucramos alegremente en este nada inocente despliegue magistral de mercadotecnia capaz de venderle zapatos a un pez o un mundial de fútbol a un cubano.

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