Los años noventa pusieron a
prueba de forma brutal la capacidad emprendedora de los cubanos. Conocí
ingenieros informáticos hartos de códigos binarios que probaron suerte en una
explotación agrícola; profesores de ajedrez transmutados en zurcidores de gomas
de bicicletas; policías, maestros, enfermeras tentando la suerte en los
lavaderos de tierra buscando átomos de oro aluvial. Aquella década fue la
segunda Guerra de los Diez Años. Hoy se resalta el hecho de que pudimos vencer
aquel rudo desafío gracias a la unidad del pueblo. Pero indudablemente también
a la existencia de una visión muy clara, en la estratosfera del poder, de los
objetivos que se pretendían alcanzar, y hasta donde se estaba dispuesto a ceder
para lograr esos objetivos, es decir, gracias a un Estado fuerte y providente cuya
intervención era percibida claramente por el pueblo lo que, si bien no aliviaba
el hambre, infundía esperanzas, que no es poca cosa. Por aquellos años se me
había metido en la cabeza criar conejos, y como carecía de la menor experiencia
me sorprendió mucho la micción de estos animales, un potente chorro de líquido
sucio con un fuerte olor a hierba. El veterinario que consulté me tranquilizó:
“Los conejos, me dijo, poseen los mejores riñones del reino animal”. Curiosamente,
en la antigüedad la fertilidad también se asociaba con los riñones. A raíz de aquella lejana experiencia cunicula aprendí que existen signos inequívocos,
síntomas si se quiere, del buen o mal desempeño de un órgano, entidad,
construcción o formación ya sea orgánica, inorgánica o social.
Tanto se ha hablado ya de la
recesión demográfica en Cuba que hasta parece normal. Las mujeres no quieren
parir más de un hijo, salga hembra, varón, andrógino o virago. Es una decisión
de consenso dentro del matrimonio. Lo lamentable es que pocos cubanos se
sienten cómodos con esta realidad. Pero siempre postergan para un futuro
impreciso, “cuando mejore la cosa”, darle un hermanito al hijo que casi siempre
se queda horro, porque pasan los años y los periodos fértiles, y la maldita cosa no mejora. Pareciera una política
natural intervenir, como asunto de seguridad nacional, algo que efectivamente
se ha reconocido –pero la sempiterna abulia los inmoviliza para actuar –, e
instrumentar acciones que protejan lo relacionado con la infancia, o mejor aún que
promuevan la procreación, más allá de las abstracciones de leyes que lucen muy
bien cuando les restriegan el legajo de los derechos infantojuveniles en el
rostro del enemigo en los foros diplomáticos internacionales. Me refiero, por
ejemplo, a poner coto a los emprendedores itinerantes que hacen su agosto en
las ferias y carnavales a costa de la desesperación de los padres que se ven
compelidos a constatar anonadados y transidos de dolor que para que su inocente
hijo o hija se aburra cabalmente dando una vuelta en “los caballitos” debe
desembolsar el equivalente a medio día de trabajo. Y existen decenas de
aparatos además del ya mencionado carrusel; llamativos juguetes de pésima
calidad y precios punibles, confituras, alimentos que convocan, bebidas que
sugieren. Una familia de humildes trabajadores –lo primero que se debe cambiar
de la Constitución
es ese Artículo 1 que proclama que
“Cuba es un Estado socialista de trabajadores”–, con más de un hijo no puede ir
a unos carnavales a riesgo de someterlos a una crueldad gratuita.
Es como si, a propósito, hubieran plantado una bandera española a la entrada de
aquel teatro para que Martí no entrara; pero en este caso es la bandera del
dinero que separa, segrega y margina a esos sectores del pueblo a nombre de
quienes se enarboló, en aquel remotísimo 1976, la nueva Constitución Socialista
que ya hoy no nos sirve. Estas realidades tienen la virtud amarga de remitirme
a las palabras del asesino en el acto de balear a Malcolm X: “saca tus manos de mis bolsillos”. Lo
espeluznante es que quien tiene el mandato de actuar, permanece impasible ante
el flagrante acto de filibusterismo contra los más tiernos retoños de las familias
cubanas, mientras se deprecia en sus narices la moneda y se precarizan aún más
los salarios. Por eso pienso, más allá de las excusas de estudios sociológicos
complacientes, que no existe mejor anticonceptivo que el manejo que está
haciendo el Estado de la economía nacional. En conclusión, algo anda definitivamente
mal en los riñones del Estado cubano.
7/6/18 “Carnavales en Santa Lucía”
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