Uno de los peores desaciertos de
los enfoques contra la revolución cubana en la prensa capitalista fue la
absurda colocación por la revista Forbes del Comandante en Jefe en la lista de
los líderes más ricos del mundo[1]. No
solo porque carecía de todo fundamento (trataron de aplicar en la política el
algoritmo matemático de que dos más dos es cuatro), era una mentira burda, sino
que además denotaba un gran desconocimiento de la realidad cubana. No es de
extrañar que inmediatamente la mentira de Forbes se convirtiera en uno de los
argumentos favoritos de los enemigos del proceso cubano, aunque hacia el
interior la gente por lo general acogía el aserto con la sonrisa
condescendiente que los virtuosos reservan al pecador impenitente; algo que no
vale la pena ni siquiera discutir.
El desenfoque de los editores de
Forbes, obnubilados por el odio, no tuvo en cuenta algo que todos los cubanos
de cualquier edad sabían: que el capital de Fidel era de otro orden, político,
moral, histórico. Durante décadas, fue el mayor accionista de la Revolución cubana.
Existe una tendencia bien pautada
en la evolución de los estados socialistas modernos: tras pasar por una fase
carismática (Lénin, Mao, Ho, Tito, Chávez), se produce un reacomodo progresivo
hacia el liderazgo de una tecnoestructura
que si bien no cuenta con la legitimación mediante el carisma o la historia,
como los fundadores históricos que capitalizan ante el pueblo las acciones
mayoritarias, se han ido agenciando cuotas de poder desde la burocracia
gerencial hasta llegar a convertirse en accionistas minoritarios que, sin
embargo, son los que terminan por acceder a un tipo de poder coral o colegiado.
El término tecnoestructura hace
referencia a una clase de profesionales altamente especializados y
extremadamente centrados en las soluciones técnicas,
que ocupan cargos en el poder de acuerdo a su formación universitaria, en
oposición a lo que ocurría en los primeros años de la revolución donde estos
mismos cargos eran ocupados por cuadros no especializados que muchas veces
tenían que aprender sobre la marcha y que generalmente daban prioridad a las
soluciones ideológicas.
A diferencia del capitalismo que
se incubó de forma natural en las entrañas del sistema feudal, al que
terminaría devorando, en un proceso que duró varios siglos, aproximadamente
desde fines del siglo XIII con el renacer de las ciudades y las relaciones
monetario mercantiles en algunas regiones de Europa Occidental, el socialismo
es una construcción de gabinete,
expresión de las aspiraciones humanas a la justicia social, que debe ser
racionalizado paso a paso, muchas veces en un proceso de ensayo y error, a
pesar de enfoques dogmáticos que pretendieron encerrarlo en manuales de una
teoría científica absoluta. A despecho de lo anterior, las cosas de mayor
utilidad que sabemos hoy del socialismo es lo que hemos podido descubrir en el
proceso de su construcción y no las elucubraciones en abstracto.
El hecho de que el socialismo
cubano se parezca muy poco al de hace veinte o treinta años es prueba de
dinamismo, y no necesariamente indica un retroceso. La mayor prueba de madurez
del sistema es la capacidad, nacida de la voluntad, de redefinirse sin perder
la esencia. Los cambios en el sistema nos vienen impuestos por la realidad relativista
de que vivimos, como peces en una charca, dentro de esa cuarta dimensión
física, el tiempo, en la cual es imposible mantenerse en un estado de impasibilidad
metafísica de quietud contemplativa y autocomplaciente en la propia perfección.
No somos culpables de cambiar; es simplemente inevitable. En política se puede
aplicar, sin caer en los extremos del darwinismo social, el axioma fundamental
de la biología evolucionista: las
especies que no se adaptan perecen.
[1] En
esta categoría, la clasificación de 2006 lo ubicaba en el puesto número siete
con novecientos millones de dólares. En una comparecencia televisiva, Fidel los emplazó públicamente a que lo
demostraran. Wikipedia, en la entrada correspondiente a Forbes, inserta una nota alertando que “la supuesta fortuna de
Fidel Castro está muy discutida y ha habido varias polémicas”. En respuesta al
desafío de Fidel, la revista reconoció que carecía de pruebas y que su lista es
“más arte que ciencia”.
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