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lunes, 3 de septiembre de 2018

La venganza de los débiles





Encuentro bien difícil que alguien de nuestra época pueda presumir de haber visto las cosas que dice haber presenciado el replicante Roy (Rutger Hauer) en una de las escenas finales de Blade Runner: naves incendiándose más allá del Cinturón de Orión y otras enormidades que me temo fueron impuestas por el deseo que repentinamente se apoderó del robot moribundo de decir unas palabras bonitas que quedaran para la posteridad, como aquella frase magnifica: “Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”. Estaba medio loco, o solamente sintió el imperativo de sobrevivir desesperadamente, trascender y perpetuarse como todo lo que existe, y ya eso le confería un componente de humanidad, pero de que sabía hilar unas frases tremendas eso nadie lo pone en dudas.

En una escala infinitamente menor, en el terreno de las regularidades de una vida humana común y corriente, todos hemos sido testigos de eventos sociales, políticos, tecnológicos, en resumen culturales, que han incidido de diversa manera sobre la conciencia, las actitudes y las respuestas del pueblo de Cuba. Hechos tan escalofriantes por lo repentino como el Periodo Especial, o tan radicalmente transformadores como la revolución tecnológica que permitió la introducción de las computadoras y los teléfonos móviles con la consiguiente, e imparable, apertura a nuevos y desconcertantes horizontes comunicacionales y nuevas plataformas de información, lo que implica para las generaciones con más juventud acumulada cambiar el escenario desde un letárgico caldo social de muy poca movilidad al vértigo de la era digital. Pero siempre nos mantuvimos como un bloque. Recuerdo los comentarios, a mediados de los ochenta cuando después de Brézhnev en poco más de dos años se sucedieron tres primeros secretarios del CC del PCUS. Una actitud casi indiferente ante la crisis política y sistémica de nuestros patrocinadores económicos. Pero después de los noventa ya nada sería igual. En realidad nunca nada es igual, ni el agua del río en el que nos bañamos, ni el que se baña, ni la luz que nos alumbra. En un libro bastante extraño leí una vez que ninguna conversación debe durar más de ocho minutos que es el tiempo que tarda la luz del sol en alcanzar la Tierra.

Hasta las certezas que una vez nos acompañaron se van difuminando. Aún así, este mismo aire que respiramos en algún momento pasó por los pulmones de Sócrates, Platón, Jesús de Nazaret, San Pablo, San Agustín, Lénin, Fidel. Pero el aire no tiene mayores valores nutricios para contagiarnos la grandeza, que evidentemente no se transmite por esta vía, de manera que los cambios que vamos impulsando llevan el sello inequívoco de nuestra gris medianía.

Existe un malestar subyacente en el pueblo cubano, que se manifiesta la mayoría de las veces en un sordo murmullo, a manera de la venganza de los débiles. Pero en ocasiones rompe el dique del silencio autoimpuesto y se desborda en torrentes liberadores. La consulta popular sobre el proyecto de Constitución puede generar este efecto. He estado en una sola de estas consultas, y quedé convencido del enorme malestar que corroe las conciencias de muchas personas al sentirse traicionados por lo que está ocurriendo en Cuba, fundamentalmente en el tema económico. Quedé sorprendido por la vehemencia de los planteamientos, y por la amargura escondida tras las palabras al ver como lo que antes, durante décadas, llenó de sentido el actuar de todo un conglomerado humano, es abandonado por oscuras elucubraciones sobre economía y mercado.

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