Encuentro bien difícil que
alguien de nuestra época pueda presumir de haber visto las cosas que dice haber
presenciado el replicante Roy (Rutger Hauer) en una de las escenas finales de Blade Runner: naves incendiándose más
allá del Cinturón de Orión y otras enormidades que me temo fueron impuestas por
el deseo que repentinamente se apoderó del robot moribundo de decir unas
palabras bonitas que quedaran para la posteridad, como aquella frase magnifica:
“Todos esos momentos se perderán en el
tiempo como lágrimas en la lluvia”. Estaba medio loco, o solamente sintió
el imperativo de sobrevivir desesperadamente, trascender y perpetuarse como
todo lo que existe, y ya eso le confería un componente de humanidad, pero de
que sabía hilar unas frases tremendas eso nadie lo pone en dudas.
En una escala infinitamente
menor, en el terreno de las regularidades de una vida humana común y corriente,
todos hemos sido testigos de eventos sociales, políticos, tecnológicos, en
resumen culturales, que han incidido de diversa manera sobre la conciencia, las
actitudes y las respuestas del pueblo
de Cuba. Hechos tan escalofriantes por lo repentino como el Periodo Especial, o
tan radicalmente transformadores como la revolución tecnológica que permitió la
introducción de las computadoras y los teléfonos móviles con la consiguiente, e
imparable, apertura a nuevos y desconcertantes horizontes comunicacionales y
nuevas plataformas de información, lo que implica para las generaciones con más
juventud acumulada cambiar el escenario desde un letárgico caldo social de muy
poca movilidad al vértigo de la era digital. Pero siempre nos mantuvimos como
un bloque. Recuerdo los comentarios, a mediados de los ochenta cuando después
de Brézhnev en poco más de dos años se sucedieron tres primeros secretarios del
CC del PCUS. Una actitud casi indiferente ante la crisis política y sistémica de
nuestros patrocinadores económicos. Pero después de los noventa ya nada sería
igual. En realidad nunca nada es igual, ni el agua del río en el que nos
bañamos, ni el que se baña, ni la luz que nos alumbra. En un libro bastante
extraño leí una vez que ninguna conversación debe durar más de ocho minutos que
es el tiempo que tarda la luz del sol en alcanzar la Tierra.
Hasta las certezas que una vez
nos acompañaron se van difuminando. Aún así, este mismo aire que respiramos en algún
momento pasó por los pulmones de Sócrates, Platón, Jesús de Nazaret, San Pablo,
San Agustín, Lénin, Fidel. Pero el aire no tiene mayores valores nutricios para
contagiarnos la grandeza, que evidentemente no se transmite por esta vía, de
manera que los cambios que vamos impulsando llevan el sello inequívoco de
nuestra gris medianía.
Existe un malestar subyacente en
el pueblo cubano, que se manifiesta la mayoría de las veces en un sordo
murmullo, a manera de la venganza de los débiles. Pero en ocasiones rompe el
dique del silencio autoimpuesto y se desborda en torrentes liberadores. La
consulta popular sobre el proyecto de Constitución puede generar este efecto.
He estado en una sola de estas consultas, y quedé convencido del enorme
malestar que corroe las conciencias de muchas personas al sentirse traicionados
por lo que está ocurriendo en Cuba, fundamentalmente en el tema económico.
Quedé sorprendido por la vehemencia de los planteamientos, y por la amargura
escondida tras las palabras al ver como lo que antes, durante décadas, llenó de
sentido el actuar de todo un conglomerado humano, es abandonado por oscuras
elucubraciones sobre economía y mercado.
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